La normalidad de los políticos, algo difícil de explicar a la gente normal tras 'Enredadera'

El consejero leonés de Fomento y Medio Ambiente del Gobierno autonómico, Juan Carlos Suárez-Quiñones(I), junto al alcalde Antonio Silván (C) y el empresario José Luis Ulibarri. / ICAL

Jesús María López de Uribe

Normal. Del latín normālis. Adjetivo: 1. Dicho de una cosa: que se halla en su estado natural; 2. Que sirve de norma o regla; 3. Dicho de una cosa: que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

El Diccionario de la Real Academia Española define así la palabra normal (que tiene un par más de definiciones referentes a la geometría), algo que mucha gente no suele tener en cuenta, porque como siempre los españoles le damos un significado distinto a las palabras según nos conviene. Lo normal, en esencia, es lo que siempre se repite, o lo que es natural en sí.

Claro, que eso no cuadra cuando los ciudadanos comparan su vida normal con la de un político. Cosa que cabría esperar porque éstos tienen que hablar con todo el mundo y escuchar a cualquier persona pidiéndoles todo tipo de soluciones a sus problemas; pero lo que ya no es normal es que les llamen para informarles de que ellos tienen un problema que solventar o de que se lo han solucionado.

El caso es que lo normal cuando se habla de votante y representante público elegido cambia de signo, o de definición, o de descripción en esa 'enredadera' que son los matices del idioma español. Porque para los políticos electos lo normal es “ser honestos”, pero para los ciudadanos el que sean “unos chorizos”. Y, curiosamente, esto es “lo normal” que dice cada uno de estos grupos sociales, sea mentira o injusto dependiendo de quién diga qué.

No ayuda por tanto para explicar qué es “lo normal” que los ciudadanos hayan conocido las conversaciones de los citados en el sumario de la trama de Corrupción Enredadera. Porque no parece que sean calificables como normales.

En primer lugar, el alcalde de León, Antonio Silván, se 'chiva' de que no le está saliendo bien un concurso al constructor en un lugar alejado del municipio de la capital leonesa después de asegurar a Ulibarri que le ha avisado una mujer con el mismo nombre que la alcaldesa de Benavides de Órbigo. Y lo hace según se están abriendo las plicas de la Mancomunidad del Órbigo para avisarle que iba cinco puntos por debajo. Se estaba jugando un millón de euros.

Pero no pasa nada. Según el criterio del alcalde de León “entra dentro de la cotidianeidad de las gestiones con cientos, miles de personas”. No tiene por qué “renegar de las personas” con las que habla, dijo al día siguiente de conocerse la conversación con el empresario implicado en la Gürtel. Por supuesto tampoco la alcaldesa de Benavides, Ana Rosa Sopeña, considera que haya hecho ni una sola ilegalidad. Afirma que no avisó a nadie. Solo faltaría.

Ahora bien, es difícil de creer que Antonio Silván llamara de inmediato a un autónomo al que le faltara un papel en la licencia de un negocio; o a un vecino que tuviera un problema administrativo. O que informe en directo del problema (y más que acierte en tiempo real lo que está ocurriendo en una subasta a media hora de distancia en coche de su propia ciudad). También es complejo pensar que se dé el nombre de una alcaldesa que está en la misma subasta y que luego no fuera ella. No parece normal que el alcalde de León haga lo que hizo con un ciudadano normal.

Así que habrá que preguntarse qué debe ser la normalidad para un político. Ciertamente la vida de un representante electo tiene sus complicaciones, porque tiene que pararse en la calle a escuchar a todo ciudadano (le haya votado o no) para que le critique o le pida. Es quizás la petición de “encuentre trabajo para algún familiar” la más común. Pero por lo visto, al ser alcalde también es normal que los empresarios intenten conseguir dinerín público para engordar su cuenta de resultados. Lo que un ciudadano común esperaría es que el regidor se comportara honestamente y no se metiera a aconsejar o contar nada de un proceso de concurso público. Y eso es lo que afirman los políticos que hacen.

Pero en este caso fue Silván quien llamó. ¿Es eso normal? ¿En serio llamaría a cualquier ciudadano de su ciudad porque hay un detalle que no cuadra en un su expediente de licencia para que lo arregle antes de que se decida? Vale que cada leonés es jefe de Silván, pero la conversación con un empresario implicado en la Gürtel para avisarle de cosas fuera de todo asunto urbano, resulta extraña porque da la impresión de estar cumpliendo con creces con esa máxima de que es su servidor público. ¿Eso es lo natural?

Recuerden la primera acepción del diccionario: “Dicho de una cosa: que se halla en su estado natural”. ¿Cuál es el estado natural de Silván relacionándose así con José Luis Ulibarri? Esta sería una pregunta normal. Que el empresario contesta ya en una conversación con su hija Adriana. “Estaré contento con el alcalde porque el contrato nos lo hemos llevado nosotros”, refiriéndose no al del Órbigo, sino a uno de 8,8 millones de euros para dar a su empresa Aralia la concesión de Servicios de Bienestar Social en el municipio leonés.

Obviamente, todo muy primera acepción de la RAE; eso no se discute.

¿Pagar 20.000 euros a dos tipos que no tienen capacidad para hacer nada?

Tampoco parece muy normal que se pague comisiones a dos políticos recién llegados al ruedo. Es lo que decían de Juan Carlos Fernández, concejal de San Andrés del Rabanedo y Diputado Provincial por ciudadanos, y su secretario de oficina Sadat Maraña (el cual era conocido desde que era coordinador de UPyD y se pasó con todo a la formación naranja como Sadat 'Mengaña'), un político caído en desgracia que pudo llegar a ser diputado nacional en vez de Enrique Bueno si no se llega a quemar él solito mintiendo sobre una licenciatura que no tenía.

¿Pero es que es normal dar pasta porque sí a dos tíos que ni siquiera mandan? Eso mismo se preguntaba el Patatero de Astorga cuando éstos pedían 20.000 euros para conseguir cosas en el municipio dirigido por la socialista María Eugenia Gancedo, San Andrés, y en Villaquilambre. Y, no; no lo parece. Pero lo que muestra el sumario de 'Enredadera' es que en realidad, sí; es lo que parece.

O que se le haga caso a este personaje, Angel Luis García Martín, conocido por todos por hablar más de la cuenta que ahora que se conocen sus conversaciones se ha convertido en el 'bocachancla' más peligroso de toda España, ya que parece hasta haber acabado con el todopoderoso Ulibarri.

O las conversaciones del 'Patatero de Astorga', (también encarcelado por 'Enredadera') con el concejal en Astorga, Ángel Iglesias, en la que se dice que Ulibarri “es mafia” por el uso de sus empresas mediáticas para arrear a todo político que no ceda a sus intereses.

O el reconocimiento ante el alcalde de la ciudad Bimilenaria, Arsenio García Fuertes, de que lo de contratar publicidad es un chantaje que hay que pagar. “¿Quieres llevarte bien con ellos? Pues paga”. Lo normal en la vida de los representantes públicos de la provincia: lo de comprar publicidad en esos medios de comunicación propiedad de José Luis Ulibarri para que no les den cera en Portada.

¿Se avergüenzan estos políticos de que les hayan pillado con estas conversaciones tan 'normales'? Y eso que según el sumario Astorga es el ayuntamiento de España con más investigados por la Operación Enredadera. Pues no, qué va. Siguen tan normales que apuntan lo que Silván: que es parte del día a día. Parece encima que le deba dar pena al ciudadano, por las presiones que reciben los pobrecitos. Para los políticos, lo normal.

Recuerden la segunda acepción del diccionario: “Que sirve de norma o regla”. ¿Cuál es entonces la norma o regla en las conversaciones de los políticos con los empresarios poderosos?

La normalidad del “yo soy la Administración y pim, pam... tienes la obra” del consejero de Fomento

Claro que lo normal es ser consejero de Fomento y decidir al más alto nivel con las obras que se quedan colgadas. Llamando también a José Luis Ulibarri para concederle de forma directa una carretera que quedó a medio hacer por la quiebra de otra empresa. Algo que sí, se puede hacer sin ser ilegal (o no, depende de lo que diga cada abogado que se consulte) pero que tras la conversación desvelada no parece que lo que se diga sea muy normal. O sí lo es, que es el ex juez decano de León que fue Delegado del Gobierno de Castilla y León y es un hombre muy elegante: por eso le llaman 'Pañuelitos'.

“Yo te digo, que soy la Administración”, le dice Juan Carlos Suárez-Quiñones en esta conversación normal del día a día a José Luis Ulibarri. “Que os dé todos los datos de la adjudicación, el precio, pim, pam, para que hagáis una valoración y véis si os interesa, y si os interesa, pues hacemos el traslado de la obra macho y adelante”. Una conversación, muy normalita, como se vé. De tú a tú. Lo normal entre un empresario y un consejero de Fomento de la Junta de Castilla y Léon. Normal es también recordar que el anterior en el cargo era Antonio Silván y le debió quedar la confianza y la normalidad con el empresario de la Gürtel y la Enredadera.

Pero, como no, lo normal es que después de ese “Pim, Pam” la gente le cambie el mote a Suárez-Quiñones. Ahora le llaman 'el Lacasitos'. Pero a él, como es lógico no le importa, o no parece importarle lo chusca y natural de la conversación que mantuvo con Ulibarri. Es más, le parece normal. Aseguró directamente que la conversación era “correcta y regular”, que llamó a Ulibarri porque “es un empresario comprometido con León” y al que conoce por “asistir a sus actos” y que, además, “tampoco conoce a más empresarios”. Claro, lo lógico en todo un consejero de Fomento. Lo normal.

“Yo de tonto tengo lo justo, y sé, aunque estemos en un Estado de derecho, que los teléfonos se pueden pinchar. ¿Cómo iba a hacer algo irregular? No, esa llamada se hizo en el marco legal y con la intención de sacar adelante una carretera que estaba fatal y paralizada”, dijo a El Diario.es Juan Carlos Suárez-Quiñones. Lo de no contestar las reiteradas llamadas de ILEON.COM para saber su opinión e irse inmediatamente de vacaciones sí se puede asegurar desde esta redacción que es normal. Bastante normal. No quiere hablar más del tema, aunque tenga que hacerlo tarde o temprano en las Cortes, pero con periodistas ni hablar. Y eso ni un sólo consejero. Las órdenes de Herrera es “todos de vacaciones hasta que escampe”. Tácticamente, en política, lo más lógico.

Ahora toca recordar la tercera acepción del diccionario: “Dicho de una cosa: que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”.

Pues visto lo visto en Enredadera es bastante difícil pensar en que las normas fijadas sean las mismas para los políticos que mandan y los ciudadanos normales. Lo normal es que con la indignación que han mostrado los votantes tras conocer estas conversaciones los políticos que ven todo esto de Enredadera como algo sin más de su día a día tengan un gran castigo electoral el año que viene en las elecciones municipales y autonómicas. O que, según muchos ciudadanos, dimitan de forma inmediata.

O que el Pleno del Ayuntamiento de León Silván no conteste ni una sola pregunta de la oposición, o que se dediquen los concejales a defenderse atacando a los demás diciendo que “la mayoría de los grupos políticos están en implicados Enredadera” y que Ciudadanos ante la posibilidad de una moción de censura solicite una Comisión de Investigación que acepta inmediatamente el alcalde.

El problema es que de siempre ha sido muy complicado definir qué es lo normal. Y como se vé, analizar si el trato de los políticos a empresarios como Ulibarri es normal es un enredo de cuidado. Porque no sonarán bien esas transcripciones con Ulibarri, pero tampoco queda claro que sea delito (ni siquiera están investigados por los jueces que llevan el caso). Ahora, que no parece que tengan estas conversaciones con cualquier ciudadano en su día a día. Lo que es normal para un político no lo es para sus votantes, menudo lío de significados que no arregla ni la RAE.

No es de extrañar que esta operación anticorrupción la bautizaran 'Enredadera'. Y que los políticos de alto copete como Silván y Suárez-Quiñones, con toda su cara, se hagan tras conocerse esas conversaciones un Cifuentes: “No me voy. Me quedo”.

Pero vamos, todos sabemos que eso es lo normal.

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