El cambio climático en León pasa por lluvias torrenciales de corta duración y periodos de sequía

Imagen de una protesta de Green Peace en el Pantano de Luna por la gestión ante la sequía de 2017.

Juan López / ICAL

Los expertos lo avisan desde hace décadas. Sí existe cambio climático. No hablan en balde, sino al albur de datos técnicos, científicos y predicciones basadas en abundante información y estudios. Al contrario que los planteamientos de potencias como China y Estados Unidos, que no comparten la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera para, de forma global, luchar por un futuro más limpio, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) advierte de que este fenómeno podría desembocar en un futuro no tan lejano, en el caso de la provincia de León y la Comunidad de Castilla y León, en lluvias “de corta duración, con intensidad”, jalonado con largos episodios de sequía.

Así lo asegura a la agencia Ical el delegado de Aemet en la Comunidad, Juan Pablo Álvarez, quien señala que eso es “malo” porque el campo necesita lluvias suaves, de forma pausada. “Si llueven 20 litros en Benavente pero en las Lagunas de Villafáfila nada, pues es agua poco útil”, ejemplifica. A su juicio, lo positivo es que Castilla y León tiene la Cordillera Cantábrica y el Sistema Ibérico, “buenas montañas que seguirán dando agua”.

Álvarez aporta estas predicciones en base a los principales resultados del Open Data Climático, que incluye información del Banco Nacional de Datos Climatológicos recogidos en 58 observatorios. De ellos, 37 registraron anomalías, cuatro en la Comunidad y entre ellos Ponferrada, además de Ávila, Zamora y Soria).

Entre las revelaciones, por ejemplo, se observa que la superficie con clima semiárido ha aumentado en 30.000 kilómetros cuadrados en los últimos 50 años o que el verano dura cinco semanas más que a principios de los años 80, pues es la estación más afectada. De hecho, se estima que 32 millones de españoles ya se han visto perjudicados por el cambio climático, con una acumulación de años muy cálidos en la última década, el alargamiento del periodo estival y el aumento de frecuencia de noches tropicales.

Álvarez concreta que Castilla y León tiene un clima, por lo general, templado-océanico en la parte norte, y en algunos puntos es mediterráneo, e incluso semiárido y estepario, que se simbolizan con lo colores colores verdes y amarillos, según la conocida Clasificación Koppen.

En ese sentido, añade Álvarez, el análisis de la evolución de la temperatura anual revela una clara tendencia a que son más altas desde 1971, tanto en valores promedio como en máximas y mínimas. El resultado concuerda con el hecho de que los años más cálidos se hayan registrado en su mayoría en el siglo XXI y que en verano “cada vez hace más calor en toda España”.

Además, se ha detectado un claro aumento de la extensión de superficie con climas semiáridos, en torno al seis por ciento de la superficie de España, en el último medio siglo. Aunque las áreas más afectadas son Castilla-La Mancha, el valle del Ebro y el sureste peninsular, Castilla y León también se ve afectada ligeramente, con áreas que históricamente no eran consideradas semiáridas.

En mejor disposición

Pablo Álvarez admite que aunque el escenario futuro cuenta con riesgos, “en principio” Castilla y León “está en mejor disposición que el resto de España”. “En la Comunidad seguirán subiendo las temperaturas, con inviernos más rigurosos y veranos más largos”, sentencia. Ello implica “más estrés en la vegetación, ya que ”si existe más evaporación las plantas se resienten“. En todo caso, confió en que los años que llueva compensen a los de sequía.

Además, alertó de que los cielos despejados incrementan “el peligro de radiación ultravioleta”. Y aprovechó para reclamar la necesidad de “hacer algo porque el calor seguirá aumentando”.

Al respecto, recordó que en el Acuerdo de París las potencias mundiales y el resto de países se pusieron de acuerdo en que “sí existe cambio climático y que es acción directa del hombre”. Así, tomaron la decisión de que en 2050 haya emisiones cero de CO2, es decir, que el saldo sea neutro y que “esas emisiones sean las mismas que luego queden atrapadas por el mundo vegetal”. Pero de repente, en la siguiente cumbre, “llegaron Trump y China y dijeron que no se lo creen”. “Debe ser una medida global porque si España hace algo y los grandes no, es como no hacer nada. Lo importante es saber qué dejamos a nuestros hijos”, concluyó.

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