La paradoja del ‘hombre enjaulado’ en la ciudad vista desde la Reserva Ornitológica de Palacios de Compludo

Palacios de Compludo, durante el estado de alarma.

César Fernández

La crisis del coronavirus ha dejado muchas paradojas. Una de ellas se percibe mejor a distancia desde Palacios de Compludo (Ponferrada), localidad deshabitada en 1986 y recuperada por el colectivo conservacionista Tyto Alba incluso con la constitución de una Reserva Ornitológica. Ahora es el hombre el que ha estado enjaulado en la ciudad, por donde merodean los animales a falta de la barrera intimidatoria del ruido de la gente y los coches. “La vida en las ciudades es insostenible”, proclama el presidente de la asociación y alcalde pedáneo de Palacios, Miguel Ángel Gallego, uno de los ocho habitantes de un pueblo enclavado en la montaña y ya acostumbrado en buena medida al confinamiento.

La cuarentena le ha venido bien a la fauna condenada en circunstancias normales a ser pasto de la circulación rodada, a la flora que crece cruzando los dedos por otro verano sin incendios forestales y a un medio ambiente no contaminado por el tráfico aéreo. “Ahora mismo estoy viendo las nubes; en otro momento estaría viendo la estela de cinco aviones”, contrasta Gallego desde Palacios de Compludo, donde el confinamiento no ha sido sinónimo de tedio: “Solo se aburren los aburridos. Yo tengo 58 años y no sé lo que es aburrirse”.

Los habitantes de la localidad, que se mueven en una pirámide de edades que oscila entre los 35 y los 60 años, toman precauciones y mantienen las distancias. La lista de la compra se hizo comunal para evitar al máximo los desplazamientos. “Baja uno a Ponferrada y sube para todos”, señala el presidente de la Asociación de Estudios Ornitológicos de El Bierzo Tyto Alba, que espera que de esta pandemia se extraigan lecciones hasta hacer posible una auténtica “autosuficiencia”. “Tienen que dejar a la gente trabajar en los pueblos. Y que no te cosan a papeles por tener un burro o un gallinero. Ahora mismo es más fácil legalizar una central nuclear”, censura por teléfono con el canto de los pájaros como banda sonora de fondo.

Tienen que dejar a la gente trabajar en los pueblos. Y que no te cosan a papeles por tener un burro o un gallinero. Ahora mismo es más fácil legalizar una central nuclear

Y es que desde esta localidad de montaña convertida en modelo de recuperación arquitectónica en consonancia con el entorno se analiza la pandemia como un aviso para navegantes. “El cambio climático es un desastre. Íbamos mal y esto ha sido como cuando le das una bofetada a un crío. Deberíamos replantearnos las cosas y no olvidar esta experiencia. Y que no sea necesario dar dos o tres bofetones para cambiar la mentalidad”, sostiene el presidente del colectivo, que el año pasado estuvo de doble aniversario: el trigésimo de la asociación y el vigésimo de la Reserva Ornitológica.

¿Cambiar el ritmo ahora que el medio rural ha sorteado mejor la pandemia podría hacer revalorizar la vida en el campo? “Sería un reencuentro con la naturaleza. Pero aquí la gente es muy urbana”, responde el presidente de Tyto Alba para aludir a la paradoja de un “mundo al revés” con “el hombre enjaulado” en la ciudad. El trasiego de senderistas de fin de semana se detuvo. “Y a alguno que vino le echamos la bronca”, apunta sin eludir la perspectiva de que, con las restricciones que se mantendrán en las ciudades y en las zonas de costa, este verano podría aumentar el turismo rural. “Y eso no sé si es bueno o es malo”, conjetura al alertar contra quienes “dejan la basura en el monte”.

Con las restricciones que se mantendrán en las ciudades y en las zonas de costa, este verano podría aumentar el turismo rural. Y eso no sé si es bueno o es malo, conjetura el presidente del colectivo al alertar contra quienes dejan la basura en el monte

Palacios de Compludo no cuenta, no obstante, con ninguna casa de turismo rural, por lo que mantiene el espíritu original de una repoblación acometida para resucitar una localidad que quedó deshabitada en 1986 y sufrió un año después un incendio que se cobró una decena de viviendas y parte del monte. El aislamiento ya era su modus vivendi antes de la cuarentena obligada por la pandemia, que dejó visitas puntuales de la Guardia Civil para comprobar su número habitantes y de la Policía Municipal de Ponferrada para llevar 40 mascarillas. “Fue un detalle. Nosotros no solicitamos nada”, reconoce Gallego.

Replanteamiento obligado de las actividades con voluntarios

La localidad sufrió el pasado mes de noviembre los efectos de una nevada que “provocó un destrozo tremendo” en la flora. “Ahora crecerá el sotobosque”, presagia el pedáneo antes de admitir que los últimos veranos no han sido malos en materia de incendios forestales. Por lo que respecta a la fauna, “se ha multiplicado el ratonero común” por la aparición del topillo; la reproducción del conejo ha sido “a lo bestia”; y ha crecido el número de jabalíes y de zorros. “Y los pájaros están criando. Será un buen año para ellos por la falta de circulación”, añade.

Como responsable de Tyto Alba, ya advierte de la necesidad de aplazar las actividades de voluntariado previstas para la primavera hasta los meses de septiembre y octubre. “Habrá que ver qué se puede hacer y qué no. Y quizás habrá que replantearse ciertas cosas y hacerlas desde un punto de vista más profesional”, sugiere Gallego, quien sí reconoce echar de menos “la libertad de movimientos” en este tiempo en que la pandemia ha invertido los papeles en un mundo que está a la espera de ver si se reconcilia con la naturaleza o se olvida de las lecciones de la crisis del Covid-19.

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