¿Cómo piensan los que creen en pseudoterapias y dudan de la ciencia?

La frenología fue una muy perjudicial pseudociencia que ya está descartada.

Sergio Ferrer / Agencia SINC

“Lo que es científico dentro de cuatro años igual ya está caduco y no sirve, sin embargo, estamos hablando de una medicina que funcionaba hace cinco mil años y sigue funcionando”. Las palabras hacen referencia a un “milenario” tratamiento sin evidencia científica y pertenecen a uno de los participantes en un estudio llevado a cabo por FECYT sobre el uso y la confianza de estas pseudoterapias. El objetivo era comprender las motivaciones de sus usuarios.

El estudio consistió en diez entrevistas y ocho grupos de discusión a lo largo de 2020. En total participaron 66 personas de diferentes ciudades, edades y clases sociales y consumidoras —habituales u ocasionales— de pseudoterapias como la homeopatía, la acupuntura, la fitoterapia y el reiki.

“Queríamos ver en qué creen, en qué confían, cómo ven el mundo”, explica a SINC el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid y autor principal del informe, Josep Lobera. “Lo fácil es reírse y polarizar, llamarlos locos”, comenta Lobera. Su intención era entender qué mecanismos llevan a algunas personas a confiar su salud a terapias que no tienen evidencia científica.

“La conclusión principal es que no es gente que reniegue de la ciencia, no son anticiencia”, asegura Lobera. De hecho, “la mayoría confía [en la medicina] y si tuvieran una enfermedad grave irían [a los servicios sanitarios]”. Los tratamientos sin evidencia se conciben, en general, como un complemento.

“Queríamos ver en qué creen, en qué confían, cómo ven el mundo”, explica el autor principal del informe, Josep Lobera. “Lo fácil es reírse y polarizar, llamarlos locos”

“La ciencia la veo bien, lo que no veo bien es el uso corporativista que se hace. El conocimiento sí acaba beneficiando, pero si se usara de manera más noble ayudaría más”, opina uno de los participantes. Sobre la posibilidad de modificar el genoma humano para combatir enfermedades, no se opone, pero se pregunta: “Al final, ¿quién lo va a poder hacer? La gente que tiene dinero”.

Sin embargo, Lobera matiza que los participantes escogidos “se están iniciando, confían y consumen” pseudoterapias, pero no son fanáticos acérrimos. El investigador advierte de que “hay muchos niveles de profundidad” y que, en los más avanzados, estas personas pueden ver las terapias sin evidencia científica como una alternativa en lugar como un complemento. Por ejemplo, uno de los voluntarios aseguraba que conocía un caso de cáncer terminal que el MMS —un blanqueante industrial nocivo para la salud— había conseguido revertir: “Yo creo que lo tomaría”, aseguraba.

El “a mí me funciona” frente a la “medicina corrupta”

Lobera considera llamativo que no exista una “jerarquía de conocimiento” que marque en qué pseudoterapias pueden confiar y qué criterios deben tener para que sean fiables, sino que todo funciona por boca a boca. “No tienen problema con que algo no esté comprobado científicamente, todo les parece fiable: si yo lo elijo es fiable, y lo elijo porque me funciona, y me funciona porque me han recomendado diez cosas hasta que alguna funciona”, dice Lobera.

“Si prueban acupuntura, flores de Bach y homeopatía, y no les funciona, eso no les hace dudar, porque la lógica que siguen es que es un camino individual y personalizado en el que una cosa puede no servirte, sin que eso signifique que esté mal”, continúa Lobera. “Al final prueban, por ejemplo, el reiki, y se sienten mucho mejor”. En ese sentido, uno de los entrevistados comenta: “Lo nuestro no es científico, pero eso no quiere decir que no sea útil o que no sea verdad”.

Algunos pacientes sienten que la medicina “se ha alejado de las necesidades humanas” y “en realidad no cura”, sino que “abusa de medicamentos” con efectos secundarios desastrosos” para la salud que intoxican”

¿Por qué optar por estas pseudoterapias, que a menudo no les funcionan, en lugar de por una ciencia capaz de encontrar vacunas contra la covid-19 en menos de un año? La opinión de los entrevistados es que la medicina ha sido “corrompida” por los intereses económicos de las grandes farmacéuticas, y que médicos y políticos forman parte del problema.

Sienten que la medicina “se ha alejado de las necesidades humanas” y “en realidad no cura”, sino que “abusa de medicamentos” con efectos secundarios “desastrosos” para la salud que “intoxican”. La prueba, según los participantes, está en el prospecto de los medicamentos, que dice “cosas terribles”. El resultado es que los pacientes reciben productos que pueden ser “dañinos” cuando “no interesa mostrar que hay alternativas sin efectos secundarios”.

Lobera señala la ironía de esta filosofía cuando los tratamientos sin evidencia científica “cada vez mueven más dinero” y su gasto “va en aumento”. Asegura que están convencidos de que existe una intención de lucro “por encima de sus intereses personales” por parte de las farmacéuticas, pero ven como víctimas a las multinacionales, grandes farmacéuticas y empresas que venden pseudoterapias.

Críticas razonables para mejorar el sistema de salud

Lo más interesante del estudio es que varias de las reclamaciones de los entrevistados no desentonarían con una encuesta realizada a la población general. Lobera considera que algunas de las críticas que hicieron los participantes “son aprovechables”, como el poco tiempo que se dedica a los pacientes durante la consulta, las listas de espera, el exceso de medicalización y el trato poco integral y enfocado al síntoma. Todo ello los empuja hacia las pseudoterapias.

Asegura que uno de los deseos de los participantes es que la medicina les dedique tiempo y se ocupe de ellos: “Les duele la cabeza y les despachan en tres minutos, pero el otro se pasa una hora diciendo que sus chakras no están bien y sienten que les funciona porque sin tomar nada hacen unas respiraciones, se ponen la mano en la cabeza y se tranquilizan”.

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