El paro juvenil ya no le importa a nadie

Un trabajador joven en León.

Javier Pérez

Desde tiempos de los sumerios, los gobernantes disfrazan de preocupación ética lo que simplemente es temor por su propio culo, normalmente recio, monolítico y bien cebado, pero de un tiempo a esta parte, en la época del relato y el postureo, el fenómeno se ha acentuado hasta el paroxismo.

En el caso del paro juvenil, les preocupa, dicen, porque los jóvenes en paro no pueden formar sus propias familias, no cotizan a la Seguridad Social, no consumen lo que deberían consumir, deprimiendo la economía, y se sienten frustrados con una vida que no les ofrece oportunidades para desarrollarse como personas.

Bueno, sí, algo de eso habrá, pero si fueran esas las principales razones para que los políticos se fijasen en el dato del paro juvenil, harían algo más por solucionarlo y evitar que llegase a cifras aberrantes como el actual 36,5% que padecemos en España. Y el caso es que no hacen nada. El caso es que el tema ya casi no sale ni en los programas electorales salvo, quizás, a título declamativo, como algunas de las frases del discurso del Rey.

¿Qué sucede entonces, en realidad? Pues varias cosas. En primer lugar, tenemos un problema estadístico. Cuando se habla de paro juvenil, y se ofrece un dato homogéneo, comparable con el de otros países, se habla la mayor parte de las veces de paro entre los 16 y los 25 años, y en esa franja de edad es más fácil matricular a la gente en cualquier seudoestudio, y que siga viviendo de sus padres, que ofrecerle alguna forma de autonomía económica.

En esa franja de edad hay una cohorte no demasiado grande de gente, y que esa gente además no vota masivamente, así que no hay razones prácticas para los políticos para hacerles el menor caso

En segundo lugar, está demostrado que en esa franja hay una cohorte no demasiado grande de gente, y que esa gente además no vota masivamente, así que no hay razones prácticas para hacerles el menor caso. Es mucho más rentable para los políticos dedicar cada céntimo a los pensionistas, que sí que votan y pueden cambiar gobiernos con su cabreo, en un ejercicio de rampante gerontocracia.

En tercer lugar, esa gente parece más dispuesta a emigrar que a trabajar por cuatro perras, así que hay muchos políticos y empresarios que creen que lo mejor es que se larguen cuanto antes, y que no presionen al alza los salarios, porque siempre se les podrá cambiar fácilmente por algún extranjero que trague más y mejor por menos dinero.

Todavía hay algo peor

Pero todavía hay algo peor. Parece difícil, pero lo hay: de un tiempo a esta parte, el dato de desempleo juvenil ha dejado de aparecer en muchos de los informes que los fondos de inversión publican sobre la solvencia y riesgo de los países. Hasta hace unos años, sufrir un alto paro juvenil era un factor de riesgo, por la posibilidad de revueltas, malestar civil, aumento de la delincuencia e inestabilidad política. Ahora, con las redes sociales y muy especialmente los videojuegos, tal y como explica Ross Douthat, el dato ha pasado a ser irrelevante, porque la frustración de los jóvenes se considera inofensiva y plenamente canalizada.

Y la verdad es que ya no sabe uno que es peor: si temer al vandalismo, o temer a un mundo donde ni esa reacción le queda a los que les roban el futuro.

___Javier Pérez Fernández fue director durante diez años de la revista Campus, en la Universidad de León, y es un escritor leonés multipremiado en varios concursos literarios españoles. En 2011 obtuvo el Premio de Novela Ciudad de Badajoz por su obra El secuestro del candidato, un thriller político en el que se mezclan el humor negro, la trama policíaca y la crítica social. Su última publicación es Catálogo informal de todos los Papas, publicada en 2021.

El secuestro del candidatoCatálogo informal de todos los Papas

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