El uso de las encuestas como palo y zanahoria

Las encuestas electorales parece que sirven para una cosa y luego muestran otra.

Javier Pérez

Es pura antropología: todos conocemos la vieja figura antropológica del Tonto del Pueblo, y todos recordamos a algún personaje, motejado con este título, cambiando de equipo cada año para aplaudir al que iba en cabeza.

En principio, puede que nos parezca gracioso, pero las normas estadísticas y electorales obligan a pensar que todos tenemos algo de tonto del pueblo, cuando se prohíbe publicar encuestas unos días antes de las elecciones. ¿Y a qué se debe esta norma, que todo el mundo se salta de la manera más cínica y peregrina posible? Porque está demostrado que hay un grupo importante de población que quiere votar al que va a ganar. O sea, que les da igual quien gane, pero quieren haber votado al ganador para sentirse vencedores. Si vas a pertenecer a un rebaño, por lo menos que sea al bueno. Vale.

La necesidad de vencer, o la necesidad de pertenencia a un grupo de éxito, lleva a reacciones muy curiosas, incluso en contra de los propios intereses. No me voy a meter ahora a analizar los orígenes de esta manía, más que nada porque es imposible explicarlo sin resultar ofensivo, pero lo cierto es que se puede encontrar en casi todos los ámbitos de la vida, y no sólo en el deporte o en la política.

En el mundo cultural, por ejemplo, es muy habitual encontrarse con personajes que dedican la mitad de sus entrevistas a ensalzar la inteligencia, la estética, y la exclusividad de las élites, y no tanto porque realmente crean en esos valores, sino porque desean que se les incluya entre los estetas, los inteligentes y las élites. El truco aquí es el contrario: el oyente tiende a asimilar el grupo defendido con aquel al que pertenece el que habla, con lo que si un sujeto alaba la inteligencia se le supone que es inteligente, lo mismo que si alaba a la libre empresa se le supone que es empresario.

El mayor refinamiento de este engaño, casi estafa, consiste en alabar a los ricos, hablar mal de las subidas de impuestos, pedir libertad de empresa y aplaudir los recortes sociales para hacerse pasar por una persona de alto nivel económico y así, después, tratar de explotar alguno de los privilegios que se suponen a esta gente. Lo normal con quienes practican este método es que después te pidan prestado, o te digan que tienen una idea en la que al final tienes que poner tú el dinero porque ellos ponen los contactos, o la belleza, o vete a saber...

Por eso, por mucho que Marx postule lo contrario, la verdadera lucha de clases no se plantea entre las clases a las que la gente pertenece, sino más bien entre las clases a las que la gente le gustaría pertenecer o a las que simula pertenecer.

Porque no hay rencor de clase más grande que el rencor a la clase propia.

Porque no hay cosa más triste que votar al que sabes que va a perder.

___Javier Pérez Fernández fue director durante diez años de la revista Campus, en la Universidad de León, y es un escritor leonés galardonado en varios concursos literarios españoles. En 2018 recibió el Premio Encina de Plata de novela corta, de Navalmoral de la Mata, por su obra El caso de la culpa en conserva, un thriller histórico y político sobre la desaparición de una mujer durante los últimos años del franquismo. Su última publicación es Catálogo informal de todos los Papas, publicada en 2021.

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