85 años del bombardeo de Guernica que la Legión Cóndor preparó en León

Una imagen alemana de cómo quedó Guernica. // BundesArchiv / Wikipedia

Jesús María López de Uribe

El 26 de abril de 1937 es otro de esos días que entró como una jornada de infamia en la historia del mundo, sobre todo gracias al famosísimo cuadro de Pablo Picasso con el mismo nombre de la localidad vasca que alemanes e italianos destruyeron con bombas incendiarias hasta los cimientos: Guernica.

Un bombardeo que se volvió a poner de actualidad el 5 de abril cuando el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski lo mencionó en su discurso ante el Congreso de los Diputados, causando gran polémica por parte de la derecha rigorista; que tachó el suceso de propaganda de guerra.

Pero la realidad es que Guernica (Gernika en euskara) fue una operación militar aérea que causó gran impacto en la opinión pública mundial en 1937, un bombardeo que causó cientos de muertos y arrasó la localidad símbolo de los fueros vascos –basados en los de Logroño, que eran un calco del Fuero de León de 1017– que hasta el propio bando franquista quiso esconder asegurando en una operación de contrapropaganda que “lo habían quemado los rojos”.

De hecho, alemanes e italianos contravinieron las primeras órdenes de los mandos españoles de no bombardear zonas civiles, que –al provocar la rendición de los gudaris vascos con el éxito de la teoría del ablandamiento aéreo del general italiano Giulio Douhet–, terminaron olvidándose para comenzar una campaña de bombardeos desde el aire que causó miles y miles de muertos civiles en los dos años de guerra que quedaban en España.

La base técnica de montaje y pruebas en León

Lo que no se puede negar es que la Legión Cóndor preparó el bombardeo en la que se convertiría en la base más importante de la fuerza aérea expedicionaria, que en septiembre de 1936 ya tenía aparatos en la península. A León llegaron los cazas Heinkel He 50 y un bombardero en picado Heinkel He 51 y en febrero de 1937 se comenzaron a montar y probar en La Virgen del Camino los famosísimos Messerschmitt Bf 109. También hubo bombarderos Junkers Ju 52 (los famosos trimotores) y comenzaban a ponerse a punto los bimotores Heinkel He 111 y los Dornier Do 17, que serían muy conocidos en la Segunda Guerra Mundial.

Todos esos aparatos actuaron en el bombardeo de Guernica, pero no despegaron de León para bombardear la villa vasca. Aunque durante años se creyó que sí lo hicieron, en realidad se pusieron a punto en el aeródromo leonés y salieron a los aeropuertos cercanos al Frente Norte del País Vasco: los de Castilla La Vieja de Burgos, Soria y Logroño; y el de Vitoria. Desde allí cargaron las bombas para su misión letal. Hay que tener en cuenta que los bombarderos jamás aterrizaban con los proyectiles, por si acaso explotaban por un golpe o un accidente, por lo que mandarlos transportándo los explosivos desde León habría sido algo absolutamente impensable.

¿Pudo haberse planificado algo del bombardeo de Guernica en León? Puede ser, porque en León estaba componiéndose la sede administrativa de la Legión Cóndor (llegaron a construir un ferrocarril exclusivo para transportar las piezas en secreto de los aparatos alemanes experimentales) para más tarde ser su Cuartel General, pero no se han localizado todavía documentos que lo avalen. Lo que sí se puede demostrar es que los alemanes planificaron definitivamente el bombardeo tras observar atentamente la destrucción de Eibar por parte de la Aviación Legionaria italiana, que un día antes, el 25 de abril de 1937, causó otro pavoroso incendio y más de doscientos muertos.

La historiadora alemana Stefanie Schüler-Springorum, en su libro La guerra como aventura, describe los celos de los alemanes de los aviadores italianos –que llevaban entonces el grueso de las operaciones aéreas en el País Vasco con bombardeos en Ochandiano, Elorrio y Durango– explicando que experimentaban con “nuevas mezclas de bombas”.

“Así lo confirma indirectamente el reportero de la Legión Cóndor, que comparó los efectos de las bombas en Durango, Éibar y Gernika. En Éibar y Elgueta, el 25 de abril, se utilizaron principalmente bombas italianas, en esta ocasión en su versión de cien kilos, lo que provocó la envidia de los alemanes: 'cuando aciertan en su objetivo', escribió Richthofen, 'algo que no ocurre a menudo, deja de crecer la hierba'. Semejante efecto de las bombas, considerado 'muy eficaz', podía observarse en ambas ciudades. En Éibar el informe recoge una destrucción del 60% y unos doscientos civiles muertos. Las bombas atravesaron las casas hasta los cimientos y provocaron, así, el anhelado montón de escombros; al día siguiente la inspección del terreno conmocionó incluso a Richthofen”, indica un párrafo de su amplio estudio histórico basado en cartas y declaraciones de los aviadores de la Legión Cóndor.

El primo del Barón Rojo (el as alemán de la Primera Guerra Mundial), Wolfram Von Richthofen fue el Jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor en aquellos momentos, con lo que es una de las fuentes más importantes de los bombardeos en el Frente Norte. En 1938 ascendió a comandante de toda la expedición alemana, cuyos jóvenes se lo tomaban como turismo de aventura y nunca fueron considerados soldados en España; ya Hitler no quería que la intervención se considerara oficial, manteniendo la mentira de la no intervención de cara a la Sociedad de Naciones.

La operación aérea desde los aeropuertos castellanos

Paradójicamente, el bombardeo de Guernica opacó la salvaje destrucción de estas localidades vascas. Al día siguiente de Éibar, comenta la historiadora alemana, “los alemanes probaron un nuevo procedimiento en Gernika, donde se habían refugiado muchos supervivientes de Otxandiano y Durango”.

Los aviones salieron primero de Logroño pasadas las tres de la tarde, en una teórica pasada de observación de la Aviazione Legionaria italiana, pero en la que el bombardero en picado Heinkel He 51 lanzó bombas sobre el objetivo principal, el puente del barrio de Rentería sobre el río Oca. Toda la operación se basaba en un principio en destruirlo, porque era un paso estratégico para evitar la retirada de tropas republicanas. Esa pasada falló, y luego llegaron tres más.

A las cuatro y media, el Dornier Do 17 comenzó el bombardeo, que se produjo en oleadas, procedente de Burgos, de donde salieron también 13 Junkers Ju 52 junto a uno o dos Heinkel He 111 que lanzaron toneladas de bombas incendiarias sobre las seis de la tarde escoltados por cinco cazas Fiat CR 32. Eso, después de la segunda oleada con tres bombarderos italianos Savoia SM 79 que salieron de Soria y lanzaron su carga mortal justo después de la primera, a las 16.35 horas. Los cazas que ametrallaron a la población que huía, cinco Fiat CR 32 y cinco Messerschmitt Bf 109 despegaron de Vitoria.

El bombardeo afectó a prácticamente toda la ciudad. Pese a necesitar precisión para destruir el puente, fue en realidad en alfombra y con bombas explosivas e incendiarias. El informe alemán describe lo ocurrido así: “La destrucción de la ciudad se produjo del siguiente modo: en los primeros ataques se arrojaron sobre todo bombas incendiarias, que provocaron múltiples incendios en los maderajes del tejado y debilitaron el ensamblaje de las casas. A continuación, se arrojaron bombas explosivas de 250 kilos, que destruyeron las tuberías de agua, frustrando las tentativas de extinguir el fueto. Cuando las bombas impactaban en ediicios, el objetivo era completamente derribado, pero la cifra de impactos en el objetivo no fue tan elevada como en Eibar y Durango”.

Pese a todo, según la evaluación del Estado Mayor al Mando –desvela la historiadora alemana en su investigación– “destruyeron tres cuartos de la cudad con 31.000 kilos de bombas, es decir, la mitad de la cantidad total de bombas arrojadas sobre todo el frente del norte el primer día de la ofensiva”. Su hipótesis es que “mientras que el tipo y la sucesión de las bombas arrojadas sobre Gernika pueden explicarse por los experimentos de los alemanes, la cantidad se debe más bien a la impaciencia del mando alemán, que quería ver por fin resultados y avanzar”. En este sentido, explica, para el aviador alemán Jaenecke Guernica fue realmente “un gran logro de la Luftwaffe”. En este reportaje de elDiario.es se puede leer una más ajustada reconstrucción del bombardeo.

Veredicto técnico nazi: “Destrucción exagerada”

Sin embargo, para los especialistas nazis en el efecto de las bombas, la destrucción les pareció “exagerada desde el punto de vista puramente técnico”. “La gran capacidad de destrucción de la bomba de 250 kilos no parece necesaria para combatir los objetivos en cuestión”, estimaron, con lo que recomendaron “la fabricación de una bomba explosiva semipesada como la que tenían los italianos”. Todo esto con unas cifras de víctimas que el Gobierno vasco contabilizó entonces en 1.654 personas y 889 heridos, y “que trabajos franquistas posteriores intentaron corregir con todo tipo de modelos aritméticos hasta reducirla a doscientos”.

La ciudad quedó arrasada prácticamente y los intentos franquistas de ocultar lo ocurrido, junto con la denuncia de la Segunda República Española hizo de este bombardeo, más el encargo a Picasso del cuadro hizo de este bombardo un icono legendario de la Guerra Civil.

¿Pero qué pasó con el puente? Tras decenas de toneladas de bombas los alemanes e italianos no acertaron a destruirlo –los primeros Stukas llegarían seis meses después a España y se montarían en León, con lo que no participaron en esta operación– y el responsable del bombardeo, Von Richthofen, llegó a afirmar, en una terrible frase llena de sorna e ironía que “en el caso de Guernica nos comportamos de una forma un tanto gamberra”, para justificar que no habían conseguido cumplir el supuesto objetivo principal (aquí se puede leer parte de su diario con sus impresiones de los daños sobre el terreno).

Dos años más tarde, tras decenas de bombardeos mucho más letales, los alemanes de la Legión Cóndor fueron despedidos por todo lo alto en León y homenajeados por Franco como héroes.

Meses después, en septiembre de 1939, en el aeropuerto leonés fueron fusilados 13 técnicos españoles acusados de sabotearles todo ese tiempo a los que nadie recordó hasta ochenta años después, en 2019.

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