Antonio Fernández tiene tres años para encontrar quién quiera aprender el oficio de zapatero antes de jubilarse

Antonio Fernández, zapatero del barrio de Santa Marina en León

Elisabet Alba

“Todavía me quedan tres años para jubilarme”, es la frase que más repite Antonio Fernández a sus clientes de la Zapatería C. del Río en Torres de Omaña desde hace dos meses, cuando en ILEÓN contamos su historia. Por qué cambió la construcción por el oficio de zapatero a mediados de los ochenta, quién le enseñó, cómo ha evolucionado el negocio hasta la actualidad, con una fecha irremediable de cierre marcada en el calendario si no encuentra un discípulo que siga sus pasos.

Una parte importante de la ciudad cayó en la cuenta entonces de que el 'León que repara' cuando algo se deteriora, se estropea o se rompe, se va muriendo poco a poco con el comercio de barrio como el suyo. Aún queda tiempo suficiente para seguir poniendo cremalleras nuevas a los bolsos y cazadoras, vendiendo cinturones y remendando zapatos pero, también, para buscar un sustituto que quiera aprender el oficio igual que hizo él de manos de su suegro.

Lo cierto, es que en este tiempo nadie se ha interesado en preguntar por ese nicho de mercado indudable, que hizo temer a sus cientos de clientes de toda la vida que tendrían que tirar al traste ese par de botas que tienen ya el tacón comido, el abrigo al que se le saltaron varios dientes de la cremallera o se le ha roto el jalador o el bolso con las asas gastadas por el uso y los años.

“No es de repente, puedo enseñar a alguien unas horas al día. Poco a poco”, dice todavía con un ápice de esperanza. Así fue precisamente como aprendió él, que ahora lo mismo te vende un cinturón de cuero, que te lo corta o te tiñe unos zapatos. “Hago muchas cosas y no se aprende en dos días”, subraya, sabiendo que “todavía hay tiempo. Me queda mucho tiempo pero, si no viene nadie, cierro y se acabó”.

“Aquí sigue habiendo negocio”, asegura reconociendo que a él nunca le ha faltado trabajo. El establecimiento que sigue regentando él, lo abrió el padre de su mujer, Carlos del Río, en 1962. De él aprendió el oficio, recién casado con apenas 24 años. La maña se la fueron dando los años. “Y la paciencia. En este trabajo es tan importante saber hacer las cosas como ser curioso al hacerlas. Los clientes te lo agradecen”.

“Trabajo siempre he tenido”, explica. Unas temporadas le daba para sacar dos sueldos, cuando arreglaba “20 o 25 pares de zapatos al día”, y otras paliaba la escasez de pares vendiendo cinturones de cuero, cortando bandoleras, remendando bolsos, cazadoras, cambiando cremalleras, dejando claro que, “de una cosa o de otra, he vivido bien del negocio”.

Sigue haciendo calzado a medida como ortopedista, aunque ha notado que “cada vez hay menos cojos”. Así que también pone alzas por dentro cuando son pocos centímetros de diferencia, para que no se note. “Es un oficio muy entretenido, porque a cada rato estás haciendo una cosa”. Lamentando que “la gente no quiere ensuciarse tanto las manos” como él, a pesar de que “yo garantizo que una persona que sea curiosa se puede ganar la vida perfectamente”. Tiene todavía más de tres años por delante para encontrarla.

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