La Plaza del Grano de León: así era, así debería haber sido y así ha quedado

Arriba, aspecto anterior con el verdín característico y aspecto que debería haber tenido una reforma tradicional. Abajo, detalles del resultado tras la inversión de 600.000 euros.

C.J. Domínguez

Siglos contemplan a la Plaza del Grano de León, uno de los lugares más auténticamente leoneses en su esencia, más queridos y más admirados. Porque su estampa de cantos rodados, la misma que vistieron innumerables espacios públicos de la capital leonesa y que se fueron perdiendo, es la única que sobrevive en el siglo XXI.

Son muchas las fotografías antiguas que atestiguan que este emplazamiento, en la parte trasera de la iglesia de Nuestra Señora del Mercado, a la que se descendía desde la calle del Barranco (o 'Apalpacoños', como la bautizó la picaresca popular por sus afamados prostíbulos) y frente al convento de las monjas Carbajalas, siempre mantuvo la misma esencia, desde que sobre las piedras de río artesanalmente ubicadas se realizaran todo tipo de trueques y compras en lo que se supone que era mercado de ganado, de utensilios, hasta de melones, pero sobre todo de cereal, y de ahí su nombre del grano.

Tal ha sido la admiración de su hechura auténtica y hoy patrimonial que hasta los aviadores nazis de la Legión Cóndor en plena Guerra Civil la quisieron retratar, pisoteando con sus camiones y motocicletas sus cantos entre el alborozo de los sorprendidos leoneses de entonces. Y hasta tal punto el desdén municipal por su hechura que en marzo de 1971, con el autoritario Franquismo aún plenamente vigente, toda una Dirección General de Bellas Artes del Ministerio tuvo que expresar un rotundo 'no' a la pretensión del alcalde de León, Manuel Arroyo Quiñones, de instalar en esta plaza un “un monumento a los Caídos” por dios y por España, entendiendo en Madrid mejor que en León que “dado su gran carácter y los recuerdos históricos que contiene debe preservarse sin aditamento alguno que pueda desfigurar sus actuales características”.

El caso es que desde que los canteros hermanos Seoane recibieran el encargo de remozar este espacio público del Casco Histórico, en 1989, el Ayuntamiento de León consideró que bastante se había hecho ya y dejó la Plaza del Grano languidecer.

Ni una obra, salvo la consolidación con comento de los bancos en torno a la fuente, nulo mantenimiento, escasa limpieza, permisividad para el constante tránsito de vehículos, cuando no para el aparcamiento consentido, e incluso el paso denunciado tantas veces de un pesado camión de basura diario para recoger en las calles de la zona. Y eso que desde 1993, Patrimonio de la Junta había prohibido expresamente circulación alguna, como demostró ILEÓN con esta exclusiva.

Para entonces, la Plaza del Grano ya era sentida como especial y delicada por parte de una abrumadora mayoría de los leoneses. Por eso, cuando en 2002 el PP y sus socios de UPL promovieron, con el visto bueno de la Junta, derribar la tradicional casa de los soportales, una sonora movilización vecinal y cultural hizo cambiar unos planes difícilmente reversibles.

Desde que en 2001 el PP consiguiera arrebatar de manera abrumadora a los socialistas la Alcaldía de León, el inesperado alcalde Emilio Gutiérrez y su concejala de Urbanismo, Belén Martín-Granizo, ya mostraron intención de echar mano a la Plaza del Grano.

La movilidad, el ensanchamiento de aceras, era el prioritario motivo esbozado, hasta tal punto por encima de cualquier otro que apenas se presupuestaron 60.000 euros públicos para su ampliación, sin previsión de levantar un sólo canto rodado. Algo en lo que ambos empeñaron su palabra.

Este era el proyecto elegido, tras un largo concurso de ideas. Se llamaba Fluxus ('flujo' en latín y también una corriente artística del siglo XX de arte simple y sin pretensiones. Su autor era el arquitecto Ramón Cañas Apareiencia, y se insistía en que se mantendría “absolutamente su esencia de pueblo” de la Plaza del Grano.

Las crecientes protestas, coincidentes con la revuelta social de Gamonal en Burgos con la espoleta de otras obras municipales en aquel barrio, sumaron actos reivindicativos y culturales. Y aquel PP de Gutiérrez, a pesar de contar con la mayoría absoluta más abrumadora de la historia reciente del Ayuntamiento, decidió mantener Fluxus en el cajón cuando en 2015 le tuvo que ceder el relevo de la Alcaldía al actual regidor Antonio Silván, amparado siempre por la sucesora de Martín Granizo, la concejala Ana Franco, mano derecha del nuevo alcalde.

Aunque con mayoría simple y delicada, este PP sí se empeñó con firmeza en “salvar”, dijeron, la plaza del deterioro que sufría ya por entonces, de nuevo con la posibilidad de que circularan sillas de ruedas o de bebés por todo el perímetro como argumento fuerte, e incluyendo la remodelación de las aledañas calles Capilla y Mercado.

Las obras arrancaron a principios de febrero de 2017. La noche antes apenas dos docenas de leoneses se habían reunido allí para oponerse. Pero pocas horas después, máquinas y camiones de varias toneladas reventaron literalmente el querido empedrado y levantó los ánimos de miles de personas, que acabaron por manifestarse apenas 20 días después. Nacieron entonces los autodenominados Guardian@s del Grano, que cada día a primera hora vigilaban altruistamente el avance y los desmanes de los trabajos.

Porque para entonces, el equipo de Gobierno y el arquitecto se prodigaban en declaraciones, notas y ruedas de prensa afirmando que el temido cemento no era una opción en la reforma de la plaza. Ni tampoco la destrucción del empedrado. A pesar de que el proyecto original, como demostró ILEÓN con documentación oficial aún consultable aquí, si preveía un elevado porcentaje del 23% de este material, así como veneno para el verdín.

Es así como debería haberse ejecutado una obra polémica como pocas en la capital leonesa. Las nuevas aceras, que el proyecto original estimaba en “un máximo de 2 metros” llegaron a alcanzar más de 3 en algunos tramos, hasta el punto de que sólo ese nuevo paseo perimetral, según sus detractores, llegó a acabar para siempre con unos 300 metros cuadrados de suelo de cantos rodados.

Y este fue uno de los argumentos de la oposición también institucional a la que se sumaron, entre otros, el Icomos, ente asesor de la Unesco en materia de Patrimonio, cuya presidenta -hoy ya no lo es- acusó al equipo de Gobierno del PP de “hacer trampas” como “bellacos”.

A pesar de todo, los populares consiguieron que una amplia mayoría de partidos en el Consistorio le arroparan, empezando por los socios de Gobierno de Ciudadanos, pero también PSOE y UPL.

Por el camino, aparecieron en las catas arqueológicas decenas de restos humanos que se decidieron volver a tapar, a pesar de que Patrimonio de la Junta admite que aún ni siquiera hoy, meses después, hay ningún informe que los date o estime su relevancia.

Para todo ello, el gasto público total se multiplicó por diez y alcanzó los 600.000 euros. Finalmente, el proyecto inicial con un alto grado de cemento en el solado se redujo de manera muy considerable y los bolos de piedra se instalaron a mano, con los operarios de rodillas.

El resultado estético fue esta nueva Plaza del Grano de la que el alcalde Silván sacó pecho cuando la visitó públicamente por primera vez en tres años.

Pero el gozo de la inauguración, con fiesta popular incluida, duró poco. La nueva estampa de este querido espacio ya dejaba ver abundante arena sobre los 150.000 bolos colocados a mano, aproximadamente un tercio de ellos nuevos, según confirmaron fuentes de la empresa que ejecutó los trabajos, la UTE de Domingo Cueto con Decolesa.

Pero algunas lluvias torrenciales de julio desperdigaron esa arena por toda la Plaza del Grano, y no sólo por sus nervios principales, dejando un espacio que los detractores no tardaron en bautizar con el hiriente e irónico nombre de Playa del Grano. Hasta una performance veraniega, de escasa afluencia, llegaron protagonizar hace poco más de una semana.

Este aspecto, radicalmente distinto del tradicional de siglos del espacio, sí fue acicate para que algunos partidos que habían apoyado sin fisuras el proyecto, especialmente Ciudadanos y también UPL, pretendieran ahora protestar.

Desde entonces, el equipo de Gobierno ha explicado que este proceso es “algo muy normal”, debido, según Ana Franco, a que los “áridos naturales” empleados para colocar las piedras “tienen que cuajar, compactar junto con la piedra”, por lo que ahora bastaría con usar “una barredora pequeñita”.

Pero lo cierto es que el enésimo escándalo protagonizado en la Plaza del Grano se trató de paliar en la mayor pedida posible cuando casi una decena de empleados municipales, escoba en mano, hicieron desaparecer la práctica totalidad de la arena, transportándola con carretillos, hasta sumar cientos de kilos de material retirado.

No son pocos los leoneses a los que les ha llamado la atención la comparativa real de cómo era la Plaza del Grano, qué defendía el Ayuntamiento que se iba a ejecutar, incluso en contra de algunos expertos que ya habían realizado intervenciones, y cuál ha sido su resultado final. Pero como casi en todo, y más allá de la memoria que queda reflejada en este artículo real, hay opiniones para todos los gustos. Y sin duda la controversia continuará.

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