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Opinión - Contra la política del odio. Por Esther Palomera

CV Opinión cintillo

Broncano, sálvanos

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Todos tenemos una suegra desinformada. Aparcada en la mesa camilla no sabe qué se ha hecho de Jesulín, ni dónde anda Bárbara Rey, ni tampoco cómo le va a la saga de la Preysler. Está angustiada porque no recibe noticias de color rosa de toda esa gente. En la cola del pan la ponen al día, pero no tiene la suficiente dosis de periodismo amarillo de usar y tirar. Sin ella saberlo su interés por esas cosas ya no está de moda. Ahora toca bombardear su intimidad con la seudopolítica. Hace un tiempo que el negocio editorial y televisivo ha virado de rumbo. La prensa rosa ha dejado de generar aquellos voluminosos ingresos de antaño: ahora prima el pasatiempo político. Debates, tertulias, sondeos demoscópicos, plenos parlamentarios y conexiones con sedes de los partidos dan de comer share a muchas cadenas de televisión. La polarización política genera dividendos a los grupos mediáticos y todo quisque se engancha a esa comida basura que sirven 24 horas en bucle. Nuestras madres se han doctorado en chismes políticos y todo lo relacionado con la intoxicación de la clase política.

Los televidentes nos hemos convertido en unos expertos en “Koldología”. El que más y el que menos ha cursado un máster intensivo en “Zaplanismo Aplicado” recostado en su sillón favorito. Hemos aprobado con nota la asignatura de “Teoría del Ayusismo” y hemos superado por fin la “Introducción al Pensamiento Bilduetarra” que se nos resistía. Por vía intravenosa recibimos lecciones de “Análisis Comparado del Sanchismo y señora”. Durante el retiro espiritual de Pedro Sánchez hemos repasado los apuntes para ver que antes la cacería se cebó en Oltra, Colau, Podemos, el convergente Trías y otros muchos. La llamada policía patriótica, instalada en la Academia Villarejo, adjudicaba dossiers falsos a webs extrañas y sumisas para subir al cadalso a sus víctimas. Disipados y aburridos, nos hemos convertido en unos titulados superiores en declaraciones políticas sin fuste, en cortes de voz pueriles y en eslóganes trasnochados y manoseados que se vuelven virales luego mediante un inconsciente clic.

Cuando nuestra atención decae siempre hay unos comicios autonómicos que reviven nuestro interés por la causa con toda la parafernalia que acompaña a esa competición partidista; también, cómo no, las primarias de los EEUU. Y como plato fuerte siempre se guardan alguna conexión con Jerusalén o con Kiev para que no decaiga nuestro ensimismamiento. Las elecciones y las guerras siempre acaparan los suculentos entrantes del menú. La Pantoja, una exparticipante díscola de Gran Hermano, los avatares de la Obregón o los asiduos al Sálvame, cotizan a la baja en el mercado de las distracciones cotidianas. Ahora los debates caseros son de gran nivel: hemos obtenido el grado cum laude en geoestrategia mundial y nos las damos de versados en Taiwan, en el Sahel o en el estrecho de Omán. Oteamos gráficos del PIB, la EPA o el IPC y estamos abrumados por el Euribor.  

Como digo la prensa del corazón está alicaída. Nos entretienen con los resquicios morbosos de la política. Creo que algún día cuando mande la derecha de verdad en todas partes volverán los programas insulsos, los realities superfluos y el entretenimiento blanco. Ahora hay que desquiciar al personal al precio que sea. Cuando PP y VOX lo ocupen todo, las cadenas llenarán sus parrillas con programas como “Primos hermanos”, “Casi amigos”, “Famosos en la granja”, “Si te he visto no me acuerdo” o “Dime con quién cenas y te diré quién eres” en distintos formatos y en horas de máxima audiencia. La crispación desaparecerá por ensalmo. Misión cumplida. Los nuevos bodrios, dirigidos a los que consumen raciones de más de cuatro horas de televisión diarias, salpicarán otra vez las pantallas y la política será relegada nuevamente a los telediarios, algunos muy maniatados. La izquierda habrá sido abatida en el campo de batalla mediático. La cosa pública dejará de tener interés: mandarán los suyos. Fin de la polarización en la caja tonta.

Mientras, los actores de todo este teatro catódico nos cuelan impunemente que la escasez de vivienda es culpa de los okupas, que los problemas de la enseñanza son motivados por el maldito valenciano, que la sanidad resulta más eficiente en los hospitales privados o que los inmigrantes son una plaga de delincuentes. Ante esas calamidades yo apuesto por David Broncano, un cómico que anda ahora por la televisión de pago. Urge hacerlo asequible a cualquiera y reírle sus saludables ocurrencias para dejar de hablar de política todo el santo día. Necesitamos a ese jocoso presentador jienense en TVE. Broncano podría rebajar la tensión ambiental y ahorrarnos a Tamara Falcó opinando de política fashion en El Hormiguero.

Sería recomendable implantar un nuevo pin parental, pero a la inversa, para nuestros mayores, para que no se alteren en el sofá y dejen de enfurruñarse, como sucede ahora. Habrá que vetar con el mando a distancia su acceso a esa fórmula televisiva basura imperante hasta que acaben con el socialcomunismo de una vez. 

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