Un encierro minero como manual de supervivencia para afrontar el confinamiento

Alfredo González Carro (primero por la derecha) y Segundo Porto (tercero por la derecha), en el encierro de 2012 en Santa Cruz del Sil./ César Sánchez / ICAL

César Fernández

El mismo confinamiento que somete a una experiencia vital novedosa a millones de españoles resulta, sin embargo, territorio en parte conocido para Alfredo González Carro y Segundo Porto. El terreno es, precisamente, una de las principales diferencias para estos dos mineros ahora prejubilados que permanecieron en 2012 aislados 52 días seguidos, a mil metros de profundidad y sin poder ver la luz del sol en una galería de la mina del antiguo grupo Uminsa (Unión Minera del Norte) en Santa Cruz del Sil (Páramo del Sil). Aquel encierro minero, que supuso el canto del cisne de las reivindicaciones del sector antes de su etapa final de desmantelamiento, les dota de cierto manual de supervivencia a la hora de afrontar el actual período de estado de alarma decretado para afrontar la crisis del coronavirus.

En las actuales circunstancias, a los protagonistas de aquel episodio les resulta inevitable evocar una experiencia que transformó sus vidas. “Eso lo llevas siempre en la cabeza”, admite Segundo Porto, que se prejubiló en 2015 y vive en Ponferrada, donde poder “pisar la calle” al menos para hacer la compra ya supone un notable cambio con respecto al encierro en la mina. “Allí teníamos una galería de 500 metros para pasear”, recuerda Alfredo González Carro, que se prejubiló en 2016 y vive en Susañe del Sil (Palacios del Sil), donde al menos puede disfrutar de las vistas de un valle en el que todavía se aprecia el contraste del verde de la naturaleza y el negro de las reminiscencias del carbón en forma de escombreras.

El encierro en el pozo Santa Cruz se produjo a caballo entre la primavera y el verano de 2012 tras los recortes a la minería del carbón acometidos por el entonces ministro de Industria, el popular José Manuel Soria. A aquellas reivindicaciones infructuosas les siguió el 'otoño' del progresivo cierre de explotaciones y el 'invierno' de un sector que pasó a la historia a finales del pasado año 2018 en la provincia de León. “De aquella nos encerramos para mantener el trabajo; ahora es más importante, porque se trata de la salud”, contrapone Carro sin obviar que aquella medida de presión de emergencia también comprometía el estado de unos trabajadores ya condicionados por unas labores que ponían a prueba su físico.

La mayor diferencia es la falta de luz. Aquí al menos puedes asomarte a la ventana, dice Segundo Porto. A la salida, los encerrados tuvieron que ponerse gafas de sol para hacer frente a la claridad

“Aquello fue mucho más duro”, admite Carro con un ejemplo muy ilustrativo: “Nosotros dormíamos sobre colchones hinchables. Y muchas veces por la mañana te levantabas sobre las tablas que había debajo”. “La mayor diferencia es la falta de luz. Aquí al menos puedes asomarte a la ventana”, secunda Porto. Los dos coinciden en que el confinamiento hace mella conforme va pasando el tiempo. “Todavía queda lo peor. En estos primeros días vemos a la gente con el whatsapp y haciendo bromas. Pero, dentro de diez días, ya no habrá tanto cachondeo”, augura Carro. El cansancio físico y mental también se hará notar, como pasó entonces. “Y los últimos días me pasaba más tiempo durmiendo”, admite Porto.

Las muestras de ánimo “dan unas fuerzas tremendas”

Todavía queda lo peor. En estos primeros días vemos a la gente con el whatsapp y haciendo bromas. Pero, dentro de diez días, ya no habrá tanto cachondeo, augura Alfredo González Carro

El encierro puso a estos dos mineros (y a sus seis acompañantes) en el foco. Las muestras de ánimo desde el exterior redoblaban su empeño. “Eso hay que vivirlo para sentirlo. Da unas fuerzas tremendas”, subraya Carro ahora que todos los días, a las 20.00 horas, los ciudadanos se asoman a la ventana para aplaudir fundamentalmente a los profesionales sanitarios que batallan a diario contra la extensión del virus. Eso sí, con el paso del tiempo, cualquier variación de la rutina afectaba a sus protagonistas. Y aunque se agradecían, las visitas desde fuera como de los periodistas para cubrir la información suponían cierto trastorno. “Nos aturullábamos un poco porque no estábamos acostumbrados”, reconoce sin ocultar el desánimo porque “las noticias desde fuera no eran nada alentadoras”.

Por dentro sí que piensas: cuando salga de aquí voy a ir a la playa, al monte o a un restaurante. Pero lo cierto es que a los tres días vuelves a la rutina

La prolongación del conflicto, que se sustanció fuera en cortes de carretera, manifestaciones y la tercera Marcha Negra hasta Madrid, hizo inviable mantener el encierro con sus primeros protagonistas, relevados a los 52 días por otros cinco compañeros. Pese a las circunstancias, la salida fue apoteósica en la bocamina del Grupo Santa Cruz, con cientos de personas esperando al ritmo de 'Santa Bárbara bendita'. “Te impacta ver tanta gente”, señala Porto al rememorar aquel choque emocional. El paso de las horas supone la vuelta a la normalidad, condicionada los dos o tres primeros días por la luz hasta obligarles a usar gafas de sol.

Ahora que en la mente de muchos está cómo compensar el tiempo perdido cuando se vuelva a la normalidad, Alfredo González Carro advierte: “Por dentro sí que piensas: cuando salga de aquí voy a ir a la playa, al monte o a un restaurante. Pero lo cierto es que a los tres días vuelves a la rutina”. Y es que a la hora de afrontar esta situación, Carro y Porto pueden manejar ciertas claves fuera del alcance de quienes no pasaron por esa experiencia, incluso quienes entonces les lanzaron algún reproche. “Hubo quien nos criticó diciendo que lo estábamos pasando muy bien y ahora me dicen que no saben cómo pude aguantar tanto tiempo”, dice el primero, convencido de que “ahora queda lo peor”, una larga carrera para la que los mineros encerrados ya tienen alguna asignatura aprobada.

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