La cocinera asintomática que pasó 25 años confinada, ejemplo contra los bulos de la Covid-19

María la Tifoidea fue una cocinera asintomática súpercontagiadora que fue confinada de por vida.

Jesús María López de Uribe

Un cuarto de siglo encerrada por una enfermedad que ni siquiera creía padecer. Eso es lo que le ocurrió a Mary Mallon, una cocinera estadounidense de origen irlandés que se convirtió en una de las personas más vilipendiadas de principios del siglo XX.

No la padecía, se podría decir que no estaba enferma, pero era extremadamente contagiosa, una supercontagiadora del tifus; más aún siendo cocinera. Gracias a ella se descubrió que existían personas asintomáticas que podían infectar a otras, fue la primera persona declarada asintomática del mundo. Pero con la desgracia de que nunca se curaba de la enfermedad y, por tanto, seguía contagiando a otros –más tarde se los llamó también portadores de la enfermedad– y se cree que por ella se infectó un centenar de personas, de las que murieron al menos tres con síntomas graves.

Es María la Tifoidea –o Mary la Tifosa, como también se la conoce– el mejor ejemplo para desmontar uno de los bulos con más truculento éxito ahora mismo sobre la pandemia de Covid-19 en las redes sociales. Hay algunas personas persistentes que contestan repetidamente en los comentarios de las noticias de los partes diarios de la expansión del coronavirus, “que no es lo mismo asintomáticos que enfermos”.

Esto es un craso error, porque los asintomáticos o portadores son el vector más utilizado por cualquier virus para expandirse y esto confunde a la Sociedad. Aparte de ser falso, como demuestra la triste historia de aquella cocinera irlandesa de hace un siglo.

Que quede claro: la inmensa mayoría de los detectados como positivos por SARS-CoV-2 son contagiosos; y los poquísimos que no, si no en el momento de tomarles las muestras, lo son en un altísimo porcentaje en los días siguientes; por algo se les llama también portadores. Por no decir que muchos de ellos son más bien 'presintomáticos', puesto que desarrollan los síntomas días después de ser detectados.

Precisamente las personas que no saben que están infectadas son las que con más eficacia expanden el virus y –obviamente de forma totalmente inocente–, son la causa principal de que se haya convertido en epidemia mundial y haya habido miles y miles de muertos por los efectos de la Covid-19.

En un mundo en el que los antivacunas claman contra ellas “por motivos de precaución” cuando un ínfimo porcentaje de personas sufren alguna consecuencia inesperada al utilizarlas, el agarrarse a que no se puede asegurar al cien por cien si la prueba PCR es exacta –aunque nunca dan negativos inexactos, sino muy pocas veces positivos no confirmados después– para desmentir o negar la situación de extrema crisis sanitaria que provoca la Covid-19 es, como mínimo, falaz; y denota una preocupante falta de empatía con las personas de riesgo y los enfermos causados con síntomas más graves y los fallecidos.

Pérdida de nervios por la pandemia

Lo que le ocurrió a María la Tifoidea fue algo que ahora muchos están sintiendo y por lo que protestan en las redes: el no reconocer que ser asintomático es generalmente un peligro para la Salud Pública. La cocinera se resistió al diagnóstico, y cuando se supo que era ella la que contagiaba y seguía trabajando en las cocinas se la confinó tres años, hasta 1910, en una cabaña aislada de una pequeña isla de la ciudad de Nueva York donde le enviaban alimentos para que los cocinara sola.

Como es lógico, ella luchó contra la situación. No se sentía enferma y no quería reconocer que era un peligro público. Clamaba que era una injusticia enorme, como haría cualquier ser humano en esas condiciones. Se convirtió en una persona malhumorada y obstinada, y en un primer momento –escudándose en sus derechos y con demagogos usándola para sus fines de hacerse famosos como personajes públicos– terminó logrando que la liberaran bajo la promesa de no volver a cocinar nunca más, pese a ser lo único que sabía hacer.

Volviendo a nuestros tiempos, muchas personas han perdido ya la paciencia por el estrés que causa tantos meses de pandemia y no quieren reconocer –porque les va el negocio o el sueldo en ello, o porque así consiguen reconocimiento entre personas más propensas a las teorías de la conspiración y creen así hacer amigos–, que haya que volver a preocuparse como se hizo en la primera ola.

Datos oficiales y las muertes 'debidas' al SARS-CoV-2

De esta manera, para darse razón y llamar la atención, buscan cualquier fallo para desacreditar los partes diarios que ofrecen los medios de comunicación de positivos o fallecidos. Otro gran factor de desinformación es el que se usa al diferenciar las muertes 'de', 'con' o 'por' Covid-19 y exigir a los periodistas que lo hagan, acusádoles de que informan de forma inadecuada cuando las autoridades oficiales sanitarias no ofrecen ni de lejos esas diferenciaciones. Pero la precisión que exigen –sin explicar qué diferencia hay para las consecuencias de la pandemia entre esas tres supuestas causas distintas– resulta falaz, porque todos los indicados de forma oficial han muerto debido a los contagios.

El problema aquí es que se usa una estrategia torticera para echar la culpa a otros, y no ser responsables, de lo que provoca la pandemia. Es cierto que los datos de muertes debidas al SARS-CoV-2 en España y el exceso de mortalidad no coinciden y que los propios expertos, y periodistas, han protestado porque se ha cambiado en varias ocasiones la metodología con lo que es dificilísimo aportar un dato riguroso de lo ocurrido. Pero en todo caso, esta diferencia siempre tendería a que habría más gente muerta debido al coronavirus; al no haberse podido contabilizar bien al principio de la pandemia, no menos.

Las cifras que se ofrecen en los medios de comunicación son oficiales y provienen de la Administración, y pese a las solicitudes de los periodistas y los medios de comunicación, éstas se niegan a darlos con tanta precisión como demandan los lectores; aparte de establecer un enorme telón de silencio sobre el asunto mediante 'avisos' a los trabajadores del sector público sanitario para que no hablen “en las noticias”.

Imprecisiones de la autonomía que mejor informa

En Castilla y León, por ejemplo, la Junta de Castilla y León se niega en redondo a ofrecer las muertes por cada residencia de ancianos pese a que el Procurador del Común consideró esos datos “de especial relevancia pública”.

Y eso que es una de las autonomías que más información ofrece de las consecuencias de la pandemia; lo cual crea, irónicamente, también dificultades para informar, puesto que el cruce de sus bases de datos de muertos en hospitales y en residencias suman más que las bajas de tarjetas sanitarias –que es como cuantifican las muertes totales–, y no especifican cuántos de los pacientes murieron en los geriátricos o cuántos se solapan con el número de fallecidos ingresados. Tampoco informa de las muertes domiciliarias, que hay que deducir de las cifras diarias restándolos de los anteriores.

Es comprensible que haya desgaste entre la población y algunos pierdan los nervios, y que se dude de la precisión absoluta de los datos ofrecidos por las fuentes oficiales y los que consiguen desentrañar, con mucha dificultad, los medios de comunicación; pero lo que ya no lo es, es negar la realidad y minusvalorar lo que ocurre con bulos perjudiciales

Es decir, que es comprensible que haya desgaste entre la población y algunos pierdan los nervios, y que se dude de la precisión absoluta de las cifras ofrecidos por las fuentes oficiales y los que consiguen desentrañar, con mucha dificultad, los medios de comunicación sobre lo que realmente está ocurriendo. Pero lo que ya no lo es, es el utilizar algo tan humano como el ser incapaz de mensurar una riada cubo a cubo, mientras se está produciendo, para negar la realidad y minusvalorar lo que ocurre con bulos perjudiciales e increíbles teorías de la conspiración.

Mary la Tifoidea se negó a hacerlo, y tras salir del primer confinamiento, durante cinco años y en diferentes lugares siguió trabajando como cocinera. La pillaron de nuevo y, debido a ser un peligro público evidente que incumplía su promesa, la confinaron de por vida. Más de veintidos años después acabó su 'encierro' al morir en 1938.

No había infringido ningún delito grave, no tenía síntomas, no creía estar enferma; pero el enorme escándalo que provocó su figura de supercontagiadora y su obstinación al negar lo que de verdad ocurría le costó una 'cadena perpetua'. Para que no 'matara' a más personas por su imprudencia por no reconocer la realidad.

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