La culpa, el síntoma más persistente de la sindemia de covid que golpeó en mayor medida a los vulnerables

Mada López celebrando el cumpleaños de su hijo, su hija y su pareja después de pasar la covid.

Elisabet Alba

El miedo a lo desconocido, las continuas apelaciones a la responsabilidad individual y curvas de contagios y fallecimientos por coronavirus, con pendientes solo vistas hasta hace menos de dos años en las montañas rusas de parques de atracciones, fueron el ambiente perfecto en el que la culpa se convirtió en un síntoma más de la covid-19 y que se mantiene como uno de los más persistentes.

Expertos apuntan ya a que lo que sacudió León, España y el mundo entero no es una pandemia (enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región), sino una sindemia: una pandemia modificada por las condiciones sociales de las personas que no afecta a todos por igual.

La covid es una sindemia: una pandemia modificada por las condiciones sociales de las personas que no afecta a todos por igual

Seis médicos de Castilla y León, entre los que se encuentra la leonesa Sandra Robles Pellitero, han realizado una investigación para saber cómo las 'inequidades', las condiciones de vida de las personas, influyen en su salud, y que ha publicado la Revista Española de Salud Pública. Después de meses de investigación acelerada para conocer los resultados lo antes posible, concluyeron que los vulnerables fueron los más golpeados por el virus: mujeres, niños y otras personas dependientes. Y que poco podía hacer la culpa para evitar un positivo.

El principal parámetro que se analizó fue la vivienda, sus condiciones y la situación social y económica de cada hogar. Buscaron, mediante encuesta telefónica y anónima, la transmisión intrafamiliar y qué factores habían influido en ella: la luz, la ventilación, la temperatura de la vivienda en permanente ventilación, si cada conviviente tenía habitación propia o si se compartían espacios, si había solo un baño o la persona contagiada disponía de baño propio, el uso de la mascarilla, los recursos para comprarlas y también si en la unidad familiar había personas dependientes.

Casi uno de cada tres hogares de Castilla y León tuvieron transmisión intrafamiliar del virus. Una de las tasas más altas de España

De todos los hogares de Castilla y León consultados, “casi uno de cada tres tuvieron transmisión intrafamiliar”, explica a este medio la médica de familia en el centro de Salud de Valencia de Don Juan. En cifras, “si el positivo no se podía aislar, la tasa sube al 70%, casi cuatro de cada cinco. Uno de cada cinco no podían comprar mascarillas, lo que supone que no llevar mascarilla o ventilar adecuadamente la vivienda multiplica por cuatro el riesgo de contagio. Que haya dependientes en casa, multiplica ese riesgo por tres. Compartir espacios, por cuatro y medio. También comparamos las respuestas obtenidas en el medio rural y urbano, pero no encontramos diferencias significativas. Quizá porque en las ciudades las viviendas son más pequeñas que en los pueblos pero en las localidades pequeñas la población es más mayor, más dependiente, y se compensa una cosa con otra”.

Positivos sin culpables

Mada López es técnico en cuidados auxiliares de Enfermería en el Hospital El Bierzo de Ponferrada y vive en un chalé adosado con un pequeño jardín en Toreno con sus dos hijos de 10 y 12 años y su pareja, todos personas de riesgo ante la covid por diferentes patologías. Tras la declaración del Estado de Alarma y el confinamiento domiciliario por la pandemia, el 14 de marzo de 2020, decidió que no se quitaría la mascarilla nada más que para dormir. Iba a trabajar al hospital con el miedo de volver a casa con el virus. Se duchaba antes de salir del centro hospitalario, se cambiaba de ropa en el garaje al llegar a casa, desinfectaba todo lo que había tocado, echaba la ropa a lavar y comprobaba desde el otro lado del pasillo que sus niños y su pareja estaban bien.

Convirtió una oficina en su habitación. Se autoaisló durante meses para no ser un peligro para Álvaro que nació con un problema de asma, Iria con una deficiencia en un riñón y José Pablo enfermo de cáncer. Se rapó el pelo al tres porque se le caía del estrés. “Viví en una soledad absoluta, pero no me podría perdonar que pasase algo. ¡Lloré tanto!”, recuerda.

Cuando sus compañeros sanitarios supieron lo que estaba haciendo le rogaron que desistiera, porque la situación iba para largo y por las posibles consecuencias psicológicas que iba a acarrearle a todos. “Una vez a la semana me hacía test de antígenos para irme a casa tranquila pero cogí mucha obsesión y una alergia a la lejía”, reconoce. Las ventanas de su casa siempre estaban abiertas. Nada de abrazos ni besos. Deberes con doble mascarilla y distancia de un metro. “No vi a nadie sin mascarilla en mucho tiempo. Me sentí muy sola y con mucho miedo. Pedí al Hospital que me dejaran quedarme allí. Valoré incluso alquilarme una habitación en un hotel porque lo peor, sin duda, fue la culpa”.

Al final llegó el positivo, de la manera más inesperada para todos y sin poder responsabilizar a nadie. Un mes antes de la operación de José Pablo, Mada se cogió la baja para evitar cualquier contratiempo. Su pareja ingresó en el hospital y, en los dos días que estuvo en el centro sanitario, la madre de Mada se encargó del cuidado de los niños. Cuando volvieron a casa, José Pablo dio un pico de fiebre que en principio achacaron al postoperatorio, pero unos días más tarde fue su madre quien, ya en su casa, empezó a sentirse mal. Las PCR confirmaron que José Pablo había vuelto de quirófano con la covid y que se la había contagiado a Mada, su madre y Álvaro, el día de su 11 cumpleaños. A su vez, la madre de Mada contagió a sus otros dos nietos con los que vive, si bien su otra hija, la hermana de Mada, no contrajo el virus.

Que Iria fuese la única en casa en dar negativo llevó a la familia a tomar la difícil decisión de confirnarla a ella sola. “Nos dijeron que hiciéramos vida normal, que daría positivo como los demás, pero me dio miedo. Le compramos una televisión para su habitación, le llevábamos la comida en una bandeja con guantes... ¡Se portó tan bien!”, dice orgullosa. Nadie podía creer que la niña no se hubiese contagiado, por eso su cuarentena fue más larga de lo habitual. Le repitieron la prueba diagnóstica hasta dos veces y en el segundo negativo la desaislaron. “Cuando pasó todo, ¡estuve una semana durmiendo con ellos!”

Mujeres y dependientes, los más vulnerables

El de Mada es solo uno de los miles de ejemplos que se podían poner en esta historia para poner cara a las conclusiones del estudio de Sandra Robles y sus compañeros. “El modelo de cuidados es femenino. El papel de cuidador suele caer en las mujeres, lo que supone que tienen un mayor problema para aislarse y las hizo más vulnerables”, expone Pellitero a ILEÓN, que concluye que “no hay que culpabilizar a las familias que deciden, por sus circunstancias si aislarse, cómo, o no hacerlo. Aunque suene paradójico, hubo quien antepuso los cuidados al aislamiento y hay que respetarlo”.

Indagando sobre las causas de las causas de cada infección encontraron que “no todo depende de las decisiones individuales” para dar positivo en covid y por eso no se puede culpabilizar a nadie de “un problema estructural de la sociedad” como la pobreza energética o las condiciones de vivienda. Además de revelar que, “llueve sobre mojado” y “Castilla y León tuvo una tasa de contagio intrafamiliar más alta que en el resto de España, probablemente por la dependencia”.

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