'Vida paralela'

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Salió al balcón dudando si sería la única, de pronto comenzó a escuchar aplausos de diferentes edificios de la calle y se sumó, como una más. Estaba inmersa en ese aplauso y pensando lo emocionante que resultaba estar allí con un gesto tan simple, todos a una, dando las gracias por el trabajo de tanta gente que se jugaba la vida para salvar vidas ajenas, y no se percató de que en el balcón de al lado había aparecido su vecino. Se saludaron con la cabeza y una sonrisa. «Qué majo este chico», pensó ella. Se había mudado al edificio casi a la vez que ellos y apenas habían coincidido en el ascensor un par de veces. Los aplausos fueron cesando y ella se retiró a preparar la cena. No tenía hambre, un vaso de leche y unas galletas. Sonrió recordando cuando su hija era aún una niña y le decía «mamá eso es desayuno, la cena tiene que ser otra cosa con más comida como un filete o unos huevos fritos». Ay, su pequeña, ¿estaría bien? Habla con ella cada mañana antes de que salga para su trabajo. «¡Vive tan lejos! Ojalá todo esto pase y podamos disfrutar en familia de las vacaciones de verano». Su marido le preocupaba más, la alerta le había pillado en la otra punta del país dando unas jornadas formativas y, debido a su edad y el asma, le aconsejaron no viajar. Era más seguro que permaneciera en Galicia hasta que aquello pasara. ­­

Se disponía a cenar cuando le pareció escuchar el timbre, «imposible, no está permitido salir de casa salvo para emergencias o compras imprescindibles», pero volvió a sonar y escuchó una voz desde el otro lado. «Perdona que te moleste, soy tu vecino». Intrigada se acercó a la puerta y contestó sin atreverse a abrir. Él le preguntó si necesitaban algo, si estaban bien ella y su marido y le dijo que podían contar con él para lo que fuera preciso. «Gracias. Todo bien», y esa fue toda su conversación.

Él estaba solo y se sentía solo. Su mujer se había ido a Barcelona para estar con su hermana, a la que acababan de operar de un cáncer y, en medio de toda esta locura, el lunes empezaba la quimioterapia. Era la única familia que tenía desde que murieron sus padres, no la podía fallar. Ella pidió una excedencia en su trabajo, ventajas de ser funcionaria, y se fue hace una semana. Él lo entendió, claro, pero aquella casa se le hacía tan grande sin ella, ella correteando todo el día de un lado a otro, ella hablando sin parar y riendo a cada momento.

Cada día, desde que empezó el encierro, a las ocho menos cinco salían al balcón, conversaban un poco y así se enteraron de que ambos trabajaban por la mañana desde casa y sus tardes las dedicaban a mil tareas pospuestas en el día a día de la rutina: ordenar fotos, limpiar, ordenar papeles, leer, tirar trastos viejos...

El tercer día de encierro fue ella quien llamó a su puerta, la falta de contacto físico la estaba haciendo volverse loca, desde pequeña la llamaban sobona y besucona, y esa era su forma de ser. «Te invito a un vino», le dijo y él aceptó gustoso, necesitado igual que ella de contacto humano. Estuvieron charlando hasta la madrugada.

El cuarto día cenaron juntos y, mientras sus bocas engullían una sabrosa tortilla de patata, ambos se devoraban con la mirada. Apenas terminaron la cena y pasó lo inevitable. «¿Tú eres el postre?», bromeó ella. «Por supuesto, no sabes lo dulce que soy». Era dulce y era joven, y ella se levantó con resaca, pensando en que aquello era una locura, posiblemente consecuencia del encierro.

Se encontraban cada noche dando rienda suelta a sus fantasías. Ella sintiéndose otra vez atractiva y deseada

—Podría ser tu madre, que tengo 50 años.

—La edad está en la cabeza, preciosa, me vuelves loco.

Le fascinaban sus ojos azules, esa serenidad que da la vida, ese saber estar. Él tenía 30 años y soñaba con comerse el mundo, con tener hijos, con viajar...

Cada día trabajaban desde sus casas y entretenían la tarde con una sonrisa nueva, casi de adolescentes. A las ocho salían puntualmente a sus balcones y después comenzaba la vida. Ambos sabían que aquello sólo era un paréntesis en sus realidades y que, cuando todo pasara, fingirían conocerse apenas de vista. Pero mientras, compartían sueños, ilusiones, anécdotas, veían películas, cocinaban el uno para el otro, en una vida paralela, irreal, que ambos negarían rotundamente si se diera el caso.

—Te veo muy guapa —comentó su marido cuando por fin pudo volver.

—He intentado mantenerme activa.

—No me digas que te ha dado por hacer deporte, siempre lo has odiado.

—Ya, lo que te puede cambiar un encierro, ¿no?

* 'Vida paralela' es un cuento publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger relatos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Pilar Amenedo Sánchez escribe desde siempre para ella y los suyos, en un intento de dejar sacar de su interior emociones, sentimientos,recuerdos, miedos, sueños, sensaciones... Escribe porque le gusta. Deja que su imaginación vuele y gracias a El Pentágrafo recibe un empujón que le anima a profundizar e ir más allá, sin más ambición que provocar en quien lee alguna emoción.

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