'La mujer linda y jovial'

La mujer linda y jovial

Víctor Gardeazabal Díez

Basauri, marzo de 2020. El abuelo Vicen murió ayer. Nos avisaron de la Residencia municipal. Sabíamos que su estado de salud había empeorado en los últimos días pero no pudimos visitarle ni acompañarle. Las visitas estaban totalmente prohibidas desde que estalló la crisis sanitaria por el maldito virus, que ya había segado la vida de otros cuatro residentes, todos mayores de 85 años, como aitite.

A Vicen le faltó el aire y expiró. Solo. En la aséptica habitación en el que estaba aislado tras mostrar los primeros síntomas de la enfermedad.

Intxortas, Bizkaia, abril de 1937. Un pequeño grupo de gudaris del batallón Rosa Luxemburgo, desgajado de su unidad, se protege en un risco de las bombas lanzadas por los Savoia de la aviación fascista italiana. Después de varios días de lluvias intensas, que han convertido el frente en un lodazal, las tropas franquistas inician de nuevo la ofensiva. Por tierra y aire. Vicen y su compañero Larrun, un mocetón de Markina, consiguen llegar a rastras hasta otra trinchera. Hunden sus caras en el barro, con un trapo en la boca. Se tapan los oídos. Esta vez, la explosión ha sido cerca. Vicen apenas puede respirar. Tarda unos minutos eternos en recuperar la consciencia. A su lado yace Larrun, con sendos hilos de sangre que le manan de la nariz. «Larrun gizajoa, que tu tierra vasca te sea leve», le susurra Vicen a su amigo mientras le tapa el rostro con la rijosa manta militar que les proporcionaron en el colegio de los Escolapios de Bilbao, reconvertido en cuartel, antes de mandarles a pegar tiros.

El cinturón de hierro está roto. El batallón disperso y diezmado. Vicen, que nunca tuvo madera de héroe, decide tomar un camino entre pinos y siguiéndolo llega hasta Durango, un pueblo devastado por el ataque aéreo fascista. El caos es total. La guerra en Euskadi está perdida. El joven gudari decide tirar al río el viejo mauser, que prestó servicio en la batalla del Somme en 1916, y poner rumbo a Bilbao, a donde llegó por primera vez un caluroso día de verano de 1923.

Bilbao, agosto de 1923. Vicen, un mocoso de apenas 13 años de edad, se baja del destartalado tren en la estación de La Naja tras un viaje que se le hizo eterno desde el pequeño pueblo de su Zamora natal. Con ligero equipaje, como escribió años después su amado Antonio Machado. Era agosto y había romería en la Villa, inmersa en los festejos en honor a la Virgen. Con curiosidad se acercó al bullicio. Nunca había escuchado esas melodías que salían de instrumentos desconocidos para él, cuyo sonido le resultaba demasiado estridente. Torpe por naturaleza, tropezó con un pequeño escalón y en su caída arrastró a una joven morena. Acababa de conocer a nuestra abuela Visitación, “la mujer más buena que ha pisado tierra”, como le gustaba decir a Vicen.

Zamora, principios del siglo XX

Hijo de padre desconocido —al parecer, un acaudalado tratante de ganado de la comarca, aunque la bisabuela Ascen nunca le habló de él—, el abuelo no fue a la escuela. Desde muy pequeño se vio obligado a trabajar como pastor, y tres veces a la semana, sirviendo en la mansión de un militar adicto al general Primo de Rivera, llamado a convertirse en dictador de España tras un golpe de estado. A pesar de no pisar el colegio, fue capaz de aprender a leer y escribir con ayuda de otra criada que trabajaba en casa del oficial primoriverista. Reme, que así se llamaba la doncella, le aficionó, además, a la lectura, sobre todo de los clásicos del Siglo de Oro. Pero lo que más le gustaba a Vicen era la poesía, sobre todo las milongas latinoamericanas.

Basauri, mayo de 1944

Vicen sale de la cárcel. Siete años por “colaboración para la rebelión” con obligación de presentarse todas las semanas en el cuartel de la Guardia Civil de Basauri, municipio cercano a Bilbao donde estableció su residencia tras contraer nupcias con la abuela Visitación. Eran tiempos duros de posguerra, pero en los que no faltaba trabajo debido a la necesidad de mano de obra para la reconstrucción de un país desolado y, en el caso de Basauri y el País Vasco, para aumentar la producción industrial. Así, con ayuda de un conocido del “bando vencedor”, Vicen entró a formar parte de la plantilla del fabricante de neumáticos Firestone.

Galdakao, abril de 2020

Hemos podido, por fin, incinerar los restos del aitite. Hasta el tanatorio de Galdakao se han acercado, con las restricciones impuestas por el estado de alarma, amigas y amigos de la familia para dar el pésame y acompañar en estos duros momentos. También la directora de la Residencia donde pasó los últimos años de su vida. Con lágrimas en los ojos, se acerca a mí, a metro y medio, lo suficiente para alargarme un viejo papel que, me dice, encontraron al viejo gudari en el bolsillo de su chaqueta. En el mismo, escrito a lápiz, pero legible, una milonga que dedicó a nuestra abuela el mismo día de su tropezón en la romería de Bilbao:

La mujer linda y jovial. de ojos negros y mirones,

que va sembrando ilusiones,

y recoge desengaños.

La de atractivos extraños,

por su valor sin igual, que hace bien o que hace mal.

Con su presencia bonita,

esta es botella exquisita

de Oporto de Portugal.

Basauri, año coronavirus

30 de marzo de 2020

* 'La mujer linda y jovial' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Su autor es Víctor Gardeazabal Díez, de 53 años y natural de Basauri (Bizkaia). Periodista, ha trabajado en la Agencia EFE, el periódico Expansión y desde hace 25 años es consultor en la empresa MBN Comunicación de Bilbao.

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