‘Días de silencio’ de Beatriz Delgado, rotos por el eco de las palabras de su autora en Villablino

Beatriz Delgado (derecha) y Noelia González, en la presentación de ‘Días de silencio’. // Luis Álvarez

Luis Álvarez

Hablar de un libro que no has leído resulta una tarea harto dificultosa, a no ser que Dios te haya otorgado el don de la clarividencia, como el que le concedió a don Alonso Quijano, que encontraba gigantes donde solo había molinos, y princesas y doncellas entre barraganas y cortesanas.

Sin llegar a gracias tan generosas por parte de las divinidades hacia mi persona, las amables contestaciones de Beatriz Delgado a mis impertinentes preguntas antes de comenzar la presentación me abrieron de par en par las puertas de su alma, de sus tormentos, de sus necesidades vitales. Fue como haberla pillado por sorpresa y, sin apenas darse cuenta, obligarla a desnudarse emocionalmente ante un extraño, no sé si por compasión o por el sobresalto inesperado.

En el intercambio de cuatro o cinco frases, fuimos conscientes ambos, y su compañera y amiga de la infancia en el acto, Noelia, de que comprendíamos las motivaciones, los sentimientos que te llevan a desgranar en versos tus emociones más íntimas, aunque pretendas disfrazarlas con capas de amigos imaginarios o reales.

Todo era un juego de imaginaciones contrapuestas, de palabras dichas como si fuesen imaginarias en las que yo pretendía leer lo que quizá no existía en el origen. Sin embargo, yo busqué leer entre líneas cada palabra que escuchaba y en cada nota que tomaba, a su lado anotaba mi impresión, como si de un eco se tratase. “Escribir me curó el alma rota”, (solo se rompe el alma de una mujer joven por desamor).

Su amiga de infancia Noelia González, tras 25 años de ausencia física y con contacto hablado y escrito durante todo ese tiempo, hizo de interrogadora en el acto de la presentación. Sus preguntas fueron dulces, nada comprometedoras y que obligasen a desnudar el alma en demasía, lo que yo deseaba y esperaba.

Me agradó saber sus buenos recuerdos del lugar de la presentación, la biblioteca de la Casa de la Cultura de Villablino, donde de niñas ambas gastaron muchas horas de su infancia “haciendo los deberes”, participando en lecturas o malgastando sus horas de ocio. Y el cariño que dejaron sentir por la bibliotecaria, Neli, que sigue en la actualidad gestionado el centro, y que las acompañaba y les refrenaba sus ansias infantiles de “darle a la lengua”.

Y me sentí con un poco de orgullo chovinista, con sus referencias a los mineros de su tierra, a sus padres y madres, a las gentes que les hicieron ser lo que “somos, nuestra vida está marcada por nuestra infancia y esos años que vivimos, aunque a veces no seamos conscientes de ello”.

Dos mujeres jóvenes de Villaseca de Laciana, como ellas mismas se definen “de la cosecha del 84”, se mostraron amables y con dulzura en las palabras y las explicaciones. Tras las que se intuían fácilmente momentos poco amables de la vida de la autora, por circunstancias personales (afectivas) y de entorno profesional (enfermera de profesión y la pandemia de la covid).

La pluma, la poesía y las palabras suplieron carencias de comunicación y soledades internas para realmente convertirse en un salvavidas que le permitió romper con un ciclo negativo de su vida, para reinventarse como una renacida ave fénix y alzar el vuelo en unos nuevos cielos alegres y despejados

Como confesó Beatriz, ya casi al final, que su particular bálsamo mágico para curar las heridas del alma y eliminar de ella las cicatrices del dolor es regresar a su tierra y pasear por sus caminos y veredas. Leyó un poema que aseguró haber escrito en la mañana previa, en el que desgrana parte de los ingredientes misteriosos que se maceran en ese ungüento fantástico capaz de restañar las almas.

Le pedí si tendría la amabilidad de facilitarme el texto de sus palabras. Y sí tuvo la amabilidad de dejarme su poema, que, como me gustó, reproduzco aquí:

“Soy nacida en el valle, en este paraíso de montaña, es por eso que mis ojos tienen el color de la tierra.

Hija de la mina, lo que explica que en mi pelo carbón de pequeña, con los años hayan aparecido vetas de oro.

Crecí de la nieve, así que siempre tengo las manos heladas y el frío por dentro.

Jugué toda mi infancia alrededor de un Nogal, él me enseñó que la madera mas duradera es la que se adapta al tiempo.

Maduré en la calle del Río Sil y como el agua siempre se encontrar la salida.

Aprendí a orientarme en los bosques que nos rodean, por ello siempre encuentro el camino a casa.

Sobrevivía al frio lacianiego con el eterno incandescente del carbón y sé que no hay invierno que se resista al calor de un hogar.

Descubrí que echar de menos es la forma que tiene uno de saber cuanto ha querido un lugar y veros hoy aquí es la forma de que tiene el lugar de decir cuánto me quiere“.

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