REPORTAJE

La Casa Botines: ni modernista ni neogótica, simplemente Gaudí

Fachada de la Casa Botines de Gaudí, con una sobriedad impropia del modernismo.

La Casa Botines de Gaudí en León es un edificio incomparable que destaca sobre todos los demás, pero extrañamente no desentona con el entorno; pese a ser completamente diferente a todo lo que se haya visto antes. Un edificio que el genial arquitecto catalán dotó de múltiples visiones, desde ser la Casa del Dragón, al palacio de hielo de un cuento de hadas e incluso el que custodia el 'Santo Grial' escondido a la vista de todos.

Es muchas cosas, una verdadera genialidad, pero lo que no es... es un edificio modernista y mucho menos neogótico como se indica en todos los manuales de arte y en las guías turísticas. Esto es lo que defiende uno de los mayores expertos del arquitecto de Reus, el profesor en Historia del Arte de la Universidad de León César García Álvarez (compruébelo aquí en esta conferencia sobre 'el universo simbólico de Gaudí').

“Salvo que hay flores en la reja de la puerta de entrada, rodeando al león, en Botines no existen rasgos que pertenezcan a lo que suele ser etiquetado como 'modernista'. Se califica a Botines como tal porque sigue teniendo mucha fuerza una historia del arte perezosa que considera su prioridad etiquetar las obras de acuerdo con categorías estilísticas cerradas y esencialistas, que se vuelven vacías por su rigidez', asegura.

¿Cómo es posible que niegue lo que todos los demás dicen? Pues sencillamente porque bien mirado, el edificio no comparte ni una sola de las características del estilo modernista... ni tampoco del gótico. Un mero vistazo a lo que son estos estilos arquitectónicos lo deja bien claro, pero la necesidad de clasificarlo todo que tenemos los seres humanos ha llevado a colocarle estas etiquetas, supuestamente por imposibilidad de clasificar a Gaudí, o meramente márketing turístico.

“¿Y lo que está ya establecido, por qué cambiarlo?”, dirá la mayoría de los que se consideran expertos en Arte. Pues porque cuando se hace una mera comprobación estilística queda bastante claro que la Casa Botines no encaja en esos estilos para nada. Porque se están usando de forma simple, chapucera, unas definiciones comunes por hacer algo, posiblemente con intereses espurios para atraer turismo y beneficios monetarios; convirtiendo a un arquitecto incomparable en la Historia en un producto de márketing de forma ordinaria y trivial.

“Gaudí es 'modernista' o 'neogótico' porque sí, porque así lo bautizó la historiografía en un inicio, por lo cual pasó a ser un tópico, y, como se supone que afirmó Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, critica el historiador del Arte autor de Gaudí, símbolos del éxtasis.

¿Por qué no tiene nada de modernista? 

La mayor etiqueta sobre el estilo de la Casa Botines es el modernismo. Sin embargo, es difícil ver en su conjunto ninguna de las características de esta escuela arquitectónica, que se basa en una fuerte influencia de la decoración naturalista en los elementos decorativos de las fachadas. Esta forma arquitectónica urge por la evolución del eclecticismo y el historicismo. Es un arte burgués, muy caro, que intenta integrar en la arquitectura todo el arte y todas las artes. El modernismo es una corriente esencialmente decorativa, aunque posee soluciones arquitectónicas originales.

El modernismo es una corriente artística que surgió a finales del siglo XIX, también llamada Art Nouveau, que evoluciónó a partir de la Primera Guerra Mundial en Art Decó, con el que a veces se confunde –aunque sus características son marcadamente distintas– junto con el con el Arte Moderno, que pese a la coincidencia fonética se refiere a otros estilos: las vanguardias. 

El Art Nouveau modernista tuvo su momento entre 1880 y 1920. Era una estética en la que predominaban los elementos decorativos inspirados en la naturaleza, incorporando elementos como el acero y el cristal para realizar formas redondeadas más orgánicas que daban sentido al motivo central. Así, tenía un uso profuso de elementos de origen natural con preferencia en los vegetales sobre todo en decoraciones externas en las fachadas, pero con molduras sin afectar a la estructura. Además se usaban en las fachadas imágenes femeninas en actitudes delicadas y gráciles, con cabellos ondulados y drapeados en los pliegues de las vestimentas. También mostraba un notorio uso de la línea curva y la asimetría en plantas y alzados. Y la estilización de los motivos, con unas soluciones que buscaran la sensualidad y a la complacencia de los sentidos, llegando hasta el erotismo en algunos casos. 

Sólo hay que mirar pausadamente Botines para no ver decoraciones naturalistas en la fachada o en el tejado: no hay plantas, hojas ni una flor (salvo anecdóticamente en la puerta en el enrejado superior), hasta tal punto que los aparente 'rosetones' de las ventanas superiores en el tejado son en realidad piedras redondas desbastadas.

La única figura decorativa que destaca es la del San Jorge, la arquitectura es prácticamente rectilínea con muy pocos elementos ondulados en la fachada –salvo las torres de las esquinas a modo renacentista–, la asimetría de la planta es casi imperceptible –porque tiene un simbolismo críptico desvelado por García Álvarez para su conexión con un castillo de cuentos, los dragones y el mito del 'Grial'– y el enrejado del foso es totalmente vanguardista –el genio de Gaudí adelantado a su tiempo veinticinco años en 1892–, ya que no muestra formas visibles de la naturaleza sino que usa la abstracción más absoluta para mostrar “las garras del dragón”.

“Hay flores en la reja de la puerta de entrada, rodeando al león, pero en Botines no existen rasgos que pertenezcan a lo que suele ser etiquetado como modernista”, expone César García Álvarez. “Una característica esencial del 'modernismo' es la superposición de una piel decorativa, compuesta por formas naturales, sobre las estructuras constructivas. Se crean así formas que aspiran a embellecer una arquitectura y una forma de vivir empobrecidas y afeadas por la industrialización, lo que da como resultado efectos estéticos que buscan ser evocadores, encantadores, en el límite del decadentismo. En Gaudí, por el contrario, la estructura se funde con las imágenes, y configuran un todo indisoluble en el que las formas arquitectónicas unen de un modo radical y original la estructura profunda del funcionamiento de la naturaleza, no la copia de su apariencia exterior, con una geometría al mismo tiempo racional y sagrada, todo ello puesto al servicio de obras cargadas de una inmensa densidad simbólica y espiritual. Todo lo que en el 'modernismo' es epitelial, en Gaudí es profundo”, asegura. 

Si Gaudí no usó en Botines más que elementos arquitectónicos anecdóticos propios de su época, si no hay decoraciones naturalistas externas propias del modernismo (decoración exagerada), si no se pueden observar ni una sola de ellas en la sobria fachada de ninguna de las maneras, obviamente mal encaja Botines en esa definición.

¿Y por qué no es neogótico?

Otra de las definiciones completamente extendidas es que la Casa Botines es neogótica. Si es un error decir que es modernista por las ganas de clasificar este edificio, lo de mencionar siquiera que “es neogótico” es ya increíble que haya podido ocurrir. No tiene ningún elemento del gótico, ni uno solo. No tiene arbotantes, es literalmente un mazacote trapezoidal que no necesita de la arquitectura gótica para sostenerse. No tiene pináculos, pese a que muchos pensarán que los remates de las cuatro torres lo son, pero no: son tejados propios del renacimiento (similares a los que tienen los castillos del Loira o los añadidos al Alcázar de Segovia), ya que precisamente Antonio Gaudí se inspiró en un palacio renacentista francés para crear la estructura del edificio leonés.

¿Cómo es posible que se le considere neogótico si no cumple ni una sola de las características de la arquitectura gótica? Pues posiblemente por una confusión con los ventanales, que recuerdan a las vidrieras de la catedral de León. Pero otra vez hay que echar un vistazo con calma, reposadamente: ¿No nota ningún historiador del arte o arquitecto algo raro? Exacto: no hay arcos apuntados –no los hay en ningún lugar del edificio–, con lo que si los elementos fundamentales del gótico no están presentes, mal se puede llamar 'neogótica' a la construcción. Y mucho menos si no sigue ninguna de las indicaciones de Viollet le Duc, el gran teórico del neogoticismo del que los arquitectos Juan Madrazo y Demetrio de los Ríos eran seguidores para restaurar la Catedral de León, que fue el primer monumento nacional de España para evitar su derrumbe.

García Álvarez lo señala así: “En Gaudí no existe una imitación servil del gótico, ni en sus formas exteriores ni en sus estructuras, sino una apropiación reflexiva de su espíritu, puesta al servicio de una arquitectura radicalmente personal. Gaudí no es neogótico, ni neomudéjar, ni 'neo-nada'. Su comprensión de los estilos es profunda, y le lleva a triturarlos y disolver sus principios, para elaborar con ellos formas radicalmente originales”.

¿Pero y las ventanas? “Que son parecidas a las vidrieras de la Catedral de León”, saltarán muchos para desmentir que no es neogótico. Pues en primer lugar, en la fachada se ven destacados cuatro niveles –aunque son cinco con los últimos ventanucos del tejado–, cuando la Pulcrha Leonina y las catedrales góticas suelen tener tres. Es decir, que lo que puede ser un homenaje arquitectónico, una inspiración –sin arcos apuntados, recordemos– no convierte a un edificio en propio de un estilo arquitetónico. Por esa regla de tres, si los colores del Musac se basan en una vidriera de la Seo Legionense... ¿Podríamos decir que es un edificio 'neogótico' en pleno siglo XXI? La respuesta es evidente. No.

¿Qué ocurrió entonces? “Los primeros estudiosos de Gaudí, herederos de la historia del arte como historia de los estilos, calificaron alguna de sus primeras obras como 'neogóticas', por la presencia en ella de citas y formas ocasionales propias del gótico. Ello pasa por alto que el propio Gaudí dejó testimonio de sus reflexiones sobre la arquitectura gótica como un estilo imperfecto que él mismo aspiraba a remedar, sobre todo mediante la eliminación de 'la cojera' –como lo denominaba él– que ocasionan los arbotantes, los cuales se volverán innecesarios mediante el arco catenario del que fue pionero”, defiende el experto. 

Gaudí, el genio inclasificable que a primeros del siglo XX era denostado como “un pastiche”

Lo que no saben muchos es que Antonio Gaudí fue terriblemente criticado en su época. Su arquitectura era tan inclasificable que se le colocó en el modernismo por ser la escuela arquitectónica más influente de la época, pero se le consideraba “un mal arquitecto”, exagerado y cuyas obras fueron consideradas por los profesores de arquitectura de la época “como un pastiche”.

Un pastiche, sí. Es decir, una mezcolanza de estilos con lo que los expertos hasta la mitad del siglo XX le criticaban que no mostraba coherencia alguna. Sin fijarse en el todo, en el conjunto. Sin reconocer su genialidad. Fue cuando los japoneses descubrieron su arquitectura, cuando observaron el todo, cuando la cosa empezó a cambiar poco a poco. El inusitado interés del turista japonés en Gaudí hizo ver a los catalanes la inmensa riqueza patrimonial que tenían sus edificios... y el resto de su recuperación hasta llevarlo a los altares es historia.

“Gaudí es un arquitecto idolatrado en Japón, sociedad que adora la naturaleza para compensar la increíble densidad de población de sus ciudades y la extrema rigidez de su vida social, pero, aunque haya influido en el cambio de valoración del arquitecto, no ha sido el factor principal para el cambio de valoración de la obra gaudiniana. La causa radica en el progresivo agotamiento del dogmatismo vanguardista, que consideraba el racionalismo funcionalista como la única vía posible para la creación arquitectónica, y para el cual, aplicando la máxima de Loos, cualquier ornamento es delito. La personalidad de Gaudí, a un tiempo religioso, tradicionalista, conservador y regionalista, resultaba asimismo el negativo del modelo ideal de arquitecto del llamado movimiento moderno (no confundir con el Modernismo), que presuponía un arquitecto agnóstico o ateo, progresista, cosmopolita, por más que luego la realidad desmintiese frecuentemente esa condición. Ello provocó el rechazo de diferentes corrientes historiográficas hacia Gaudí, particularmente la marxista, cuyos adeptos bien ignoraron, bien atacaron con dureza sus planteamientos arquitectónicos, por ser contrarios a sus dogmas”, comenta César García Álvarez. 

Aún así, Gaudí no es un personaje cómodo en Cataluña, ni mucho menos. “A ello hay que sumar la actitud de la mayor parte de la intelectualidad catalana, la cual, con la temprana excepción de Dalí, manifestó un rechazo visceral hacia Gaudí, por encarnar, según ellos, los valores de una Cataluña anticuada y retrógrada”, pone en evidencia el historiador del arte para dejar claro que hay muchos intereses espurios en su arquitectura, el beneficio del turismo sobre todo dejando de lado al personaje todo lo posible. De hecho, el reinicio de las obras de la Sagrada Familia se dio gracias a las visitas turísticas a partir de los sesenta; antes quedó abandonada como un proyecto fallido de un arquitecto incomprendido.

Restauraciones sin respeto en el siglo XX y la destrucción del interior de Botines

Esta circunstancia, estar fuertemente denostado Gaudí durante más de medio siglo, no hizo ningún bien a la integridad de la Casa Botines. El edificio leonés, al no estar en Cataluña, era considerado una obra menor de un arquitecto que tampoco es que fuera precisamente valorado en los tres primeros tercios del siglo XX.

Esto provocó daños enormes en la integridad de la obra planeada por el genio de Reus. Sobre todo en el interior, que fue destrozado con múltiples cambios, que comenzaron en 1930. Al menos dos intervenciones cambiaron la estructura interna del edificio tanto que se han perdido posiblemente muchas de las posibles interpretaciones simbolistas de por qué lo construyó así.

“El interior de Botines ha sufrido profundísimos cambios, que afectan tanto a estructuras arquitectónicas como techos y paredes, como al mobiliario, todo lo cual supone una pérdida en muchos aspectos irreparable, tanto material y formal como simbólica, puesto que los (escasos) testimonios visuales de lo que se perdió muestran una riqueza artística y simbólica de una extraordinaria profundidad, que completaba el sentido del edificio de un modo genial”, se lamenta García Álvarez. “Baste darse cuenta de la excepcional belleza y profundidad de un espacio que ha quedado intacto, el interior del torreón nordeste, que configura una sublime expresión de geometría sagrada llena de niveles simbólicos, para imaginar el estado inicial de la Casa, y soñar con su improbable reconstrucción”, apunta. 

Y lo que es peor, no hay, que se sepa, forma de saber cómo era realmente el interior: “En Botines se produce una de esas paradojas tan frecuentes en León, y es que no tenemos fotografías del interior del edificio entre su construcción y su primera reforma, algo realmente chocante para un edificio de su categoría, escala, novedad e importancia para el León de su tiempo”. O aparece alguna imagen desconocida, o la solución arquitectónica gaudiniana de cómo crear un edificio comercial con viviendas al final del siglo XIX quedará en el misterio para siempre.

Y es que en León mucha arquitectura 'modernista' no hay. César García Álvarez explica que “hay algunos edificios que se ajustan algo a la estética modernista, aunque cronológicamente son algo tardíos. Buena parte de ellos se concentran en la Calle Ancha y aledaños, y en ellos pueden verse formas vegetales tanto en los muros como en balcones o azulejos. No son muy numerosos, ni tampoco especialmente originales, pero configuran un conjunto todavía poco conocido y valorado de la arquitectura leonesa”.

Por desgracia, va a ser muy difícil eliminar las etiquetas erróneas colocadas por verdadera vagancia intelectual a la Casa Botines. Queda claro en una de las últimas preguntas a uno de los mayores expertos en Gaudí de España.

— ¿No será que Gaudí es un arquitecto tan singular que no sabían cómo clasificarlo y con la manía de etiquetarlo todo se ha mantenido en el tiempo este, digamos, bulo o flagrante inexactitud?

— Exacto. Gaudí es gaudiniano, y ninguna etiqueta ni categoría puede agotarlo. La repetición acrítica de las ideas mal fundamentadas, un verdadero vicio intelectual, ha hecho el resto.

Botines no es modernista ni neogótico. Es simplemente Gaudí.  Y con sólo esa etiqueta ya merece ser reconocido como uno de los edificios más importantes de León y del planeta. Y eso que tiene fuertes competidores en una ciudad que en turismo de arquitectura es incomparable.

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