'Mi reno de peluche': la admiradora

Imagen promocional de la serie en Netflix 'Mi reno de peluche'.

Antonio Boñar

Richard Gadd es el escritor, director y protagonista de esta retorcida miniserie que indaga en algo tan terrorífico como puede llegar a ser el acoso. Pero sobre todo es un ser humano que sufrió en sus propias carnes esa tenaz forma de violencia psicológica. Una historia real ya superada que le ha servido de inspiración para la que ahora nos muestra en pantalla. ‘Al principio todo el mundo pensaba que era gracioso que tuviera una admiradora’, contaba en una reciente entrevista. ‘Pero enseguida empezó a invadir mi vida, siguiéndome, apareciendo en mis actuaciones, esperándome fuera de mi casa y enviándome miles de emails y audios’, continua explicando. El actor llegó a recibir 41.071 correos electrónicos, 350 horas de mensajes de voz, 744 tweets, 46 mensajes de Facebook y 106 cartas de su acosadora. Además, esa inquietante y definitivamente enferma mujer también le mandaba regalos, entre ellos el famoso reno de peluche que da título a la serie.

El acoso obsesivo, en este caso femenino aunque evidentemente sea algo que no entiende de géneros, ya ha sido tratado en otras ocasiones por el cine. A bote pronto a uno le vienen a la cabeza filmes como Atracción fatal (1987) o la aterradora Misery (1990), basada en la novela homónima de Stephen King. Y también encontramos multitud de prescindibles artefactos televisos en las parrillas de cadenas generalistas o en plataformas de streaming que abordan el tema de manera burda y simplista. Esta forma de terror psicológico siempre ha encontrado en las ficción cinematográfica un vehículo perfecto para cautivar al espectador, sea buscando el efectismo más inmediato y vacuo, o turbadora e inteligentemente, como en la serie que nos ocupa.

Mi reno de peluche no es apta para todos los públicos, es una historia difícil de ver y procesar, compleja y arriesgada. Su creador, el antes mencionado Richard Gadd, se desnuda sin complejos ante el espectador y exhibe de forma valiente todos sus traumas de la vida real. Su relato es diferente, perturbadamente original, un devastador viaje que nos lleva desde la comedia hasta los miedos más íntimos, que nos invita a la reflexión final después de vapulearnos moralmente durante el visionado y digestión de sus siete episodios. Solo por eso, por su genuina y audaz naturaleza, ya se revela como un oasis entre tanta mediocridad producida en serie. Su inesperado éxito es otra patada en las partes íntimas de cierta industria audiovisual que sigue confiando casi toda su labor creativa al recurrente consejo de ese listillo de memoria infinita que llamamos algoritmo.

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