Amilcar Joao Martíns, una vida de aventura desde Tras os Montes a la mina en Villablino

Amilcar Joao Martins, en una imagen reciente. / Luis Álvarez

Luis Álvarez

Amilcar Joao Martins es un portugués de Tras Os Montes que llegó a Villablino en 1965 para trabajar y hoy, 32 años después de jubilarse, sigue siendo nuestro convecino. Con él, compartimos un tiempo de conversación, para enterarnos de los avatares de su vida, que bien podrían ocupar las páginas de una novela de aventuras y aquí les contamos de forma reducida.

Amilcar y yo fuimos vecinos durante unos años en las décadas de los sesenta y setenta y ahora lo volvemos a ser, después que los dos hayamos cambiado de domicilio en varias ocasiones, y es “que a vida da moitas voltas Luis”, aclara mi contertulio. Él me sigue viendo un poco con los ojos y la benevolencia de antes, como si yo siguiese siendo aquel rapaz de hace cincuenta años.

Compartimos algunos días aperitivo, y valiéndome de esa confianza mutua del vecindario que existe entre ambos, aproveché para pedirle que me contase parte de su vida y sus pequeños secretos una mañana de este frio enero de 2021. Accedió a mi petición y quedamos a medio camino entre los dos domicilios. Nos sentamos en el bar, pastelería y despacho de pan 'Devicio' en Villablino. Y uno preguntando y anotando y el otro contando, pasamos una hora larga de conversación.

Y es que, de las “voltas de la vida”, Amilcar sabe mucho. No en vano rodó por parte de África, parte de Europa y ejerció oficios diversos, desde infante cuidador de vacas, pasando por contrabandista, hasta el final de minero.

Una infancia dura

Nació en Tuicelo Vinhaes, una pequeña feligresía (así le llaman en Portugal, aquí sería parroquia), que hoy cuenta con poco más de 500 habitantes, en septiembre de 1938 (tiene ahora 82 años); apenas a 4 kilómetros de la frontera española con Orense, en la antigua provincia de Tras Os Montes, distrito de Chaves.

Es el segundo de una familia numerosa de 12 hermanos, mitad hombres y mitad mujeres. “A la escuela solo fui cuatro años, de los 7 a los 11”, tiempo suficiente para aprender a leer y escribir con soltura, lo que le permitió años más tarde alcanzar el grado de sargento en el ejército portugués, y le sirvió siempre a lo largo de su vida.

Eran años de escasez los de su infancia. Escasez económica, de medios y no demasiados alimentos. Eran años difíciles a uno y otro lado de la frontera, en España fueron los años del hambre y de las cartillas de racionamiento y en Portugal “estaba algo mejor, pero no había mucho”. Recuerda a las mujeres españolas, que pasaban la frontera a comprar garbanzos, lentejas y todo lo que podían para regresar con comida.

Había que ayudar en casa y por eso en las vacaciones escolares “iba a cuidar vacas, para los vecinos, que me pagaban con centeno o cualquier otra cosa por el estilo”. Y a los 11 años dejó la escuela y se puso a trabajar en una carretera en construcción, para llevar agua a los trabajadores. Y por las noches al contrabando.

Trabajando para comerciantes portugueses, que tenían contactos en España e información de las autoridades fronterizas, “si vigilaban una zona, pasábamos por otra distinta, lo sabíamos”. Con fardos de 25 kilos al hombro “hacíamos cada día unos 20 o 25 kilómetros”, para dejar su carga en pajares y lugares ya establecidos. Si el grupo de porteadores era numeroso, “hasta 110 a veces”, directamente cargándolos en un camión en la carretera que va a Vigo. Trasegaban principalmente café, tabaco y plásticos; también personas.

“Cruzábamos a la gente, recuerdo una vez, que al grupo que pasamos los vistieron a todos con sotana en España y los montaron en un coche, con un cura de verdad conduciendo”, para transportarlos hasta la frontera de Francia. Por supuesto una vez logrado el objetivo, las sotanas volvía para su reutilización. Mientras me cuenta estas cosas nos reímos los dos con ganas y es que la escena es digna de ser llevada a un guión cinematográfico.

Años de contrabando sin incidentes no es posible. Si la Guardia Republicana portuguesa o la Guardia Civil española los localizaban “tirábamos los fardos y echábamos a correr por el monte, ellos disparaban al aire y no eran capaces a cogernos”. Pero en una ocasión “caí en un pozo de los que hacían los carboneros del carbón vegetal y rompí un brazo”, la Guardia Civil lo llevó al cuartel de Verín detenido. “Cuando le dije al sargento, que ya me curaba en Portugal, me dejó volver”.

El ejército y las guerras coloniales

Portugal mantenía diversos conflictos en sus colonias africanas y un servicio militar obligatorio largo y peligroso. A los 17 años le llegó el turno y desde 1955 hasta 1963 vistió el uniforme. Los dos primeros años en la metrópoli y los cinco y pico restante en África. Primero Angola y luego Guinea Bisau, donde fue herido “el mismo día murieron cinco soldados de mi destacamento”. La bala que le entró por un costado se alojó al lado de la columna vertebral “y aún sigue ahí, porque no la extrajeron por temor a afectar a la médula espinal”.

Hace unos pocos años un oficial del ejército portugués, conocido de la familia, trató de conseguirle una pensión por los años de servicio militar y haber sido herido, “buscó el expediente y me reconocen 10 años de servicio, porque los años en África cuentan más”. Pero el gobierno portugués no le reconoció el derecho a pensión alegando “que no coticé a la seguridad social”, tendría que haberlo hecho el ejército y no él. Sin embargo, el contratiempo no le provoca mucha zozobra. “Como vieron que tenía pensión en España, no me la dieron, si se la dan a todos los que han quedado lisiados o mutilados”.

Abandonar el ejército y regresar a su casa familiar fue el detonante para venirse a España. En aquellos años, el municipio de Vinhaes, al que pertenece su pueblo, estaba superpoblado con 26.000 habitantes (hoy apenas tiene 10.000), “no había trabajo y decidí venirme, pues ya tenía aquí en Villaseca un hermano”.

El viaje en 1965 se lo pagó trayendo con él a la mujer y los hijos de otro vecino que estaba en Pola de Gordón. “Los llevé hasta allí, el hombre me pagó y me vine para Villablino”. Pidió trabajo en Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), “pero al principio no me lo dieron porque eran las fiestas de Navidad” Por lo que al día siguiente fue a pedírselo a un contratista “Paulino el viejo” y con él estuvo un año y unos meses, “trabajé en la construcción del Instituto y de las escuelas de MSP en Villaseca”. Tenía que trabajar, pues el permiso legal de estancia en España era de tres meses para buscar trabajo, si no tendría que regresar a Portugal.

La mina y la estabilidad

En 1967 finalmente logró trabajo en MSP en el Transversal de Villablino, que por aquel entonces estaba adscrito al grupo Calderón. Luego para Orallo, para finalizar su vida laboral en Calderón en el año 1989, con las primeras prejubilaciones que se hicieron en la empresa a falta de dos años para la edad real de jubilación.

Por el medio diversas categorías laborales, ayudante minero, picador, posteador y una prueba de vigilante. Recuerda que su primera nómina fue de 3.000 pesetas y unos meses más tarde el primer mes que “estuve picando, ya gané 18.000, yo vine a trabajar”. ¿Accidentes? “En la mina siempre hay percances, el más grave fue la rotura de una pierna”.

Verse con capacidad económica le permitió traer a María del Carmen Morais de Portugal para casarse en 1968. Convivieron 50 años hasta que hace dos, ella falleció. De su matrimonio dos hijas Aldina y Noémia Morais (porque en Portugal el primer apellido es el de la madre). Con Aldina y su marido vive ahora Amilcar en Villablino. La otra hija vive en Suiza y le ha dado una nieta, a la que no ve desde hace dos años “desde que caí y rompí la cadera, ya no es lo mismo, ya no puedo viajar y ellos este año no han podido venir”.

Viajar es otra de las actividades, que desde que se jubiló, hizo frecuentemente con su mujer, a visitar a la familia a Oporto, Lisboa, Suiza o Francia (donde viven cinco de sus hermanos y hermanas). También por diversión y ocio, por Italia, Turquía, Rusia, Alemania, Guinea Conakri, Cabo Verde o Senegal han sido territorios por los que ha dado “voltas” la vida de este homónimo de aquel cartaginés apellidado Barca. Que hace 2.300 años nos invadió para guerrear con nativos y romanos.

Este Amilcar Joao Martins vino con menos ímpetu guerrero, desde más cerca, para compartir con nosotros su vida, sus experiencias y ayudarnos a prosperar económicamente con su trabajo. Y se quedó entre nosotros, porque así lo decidió el matrimonio de forma definitiva cuando su hija mayor se casó y adquirió la nacionalidad española, mientras que él mantiene su nacionalidad portuguesa.

Terminamos la charla brindando en nuestra mesa del bar esperando y deseando “volver a brindar el año que viene por estas fechas”, ya somos moderados hasta en nuestros deseos. Pero seguiremos viéndonos y charlando, para mejorar nuestro conocimiento mutuo y reírnos o apenarnos por acontecimientos que nos ocurran o hayan ocurrido ya.

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