La cuenca minera que descubrió que la movilización se demuestra andando: “En el ADN de Laciana no está la derrota”

Imágenes de la Marcha Negra de 1992 (izquierda arriba y derecha abajo) y la Marcha Blanca de 2022 (derecha arriba e izquierda abajo). // César Sánchez / ICAL

César Fernández

Villablino estaba a punto de alcanzar su pico demográfico y España se preparaba para lucirse ante el mundo. Javier Rubio tenía 40 años. El sector minero, que todavía sustentaba miles de empleos, acumulaba ya décadas de experiencia reivindicativa. Había ganado muchas batallas, pero venía de perder una a miles de kilómetros con la dura reconversión en el Reino Unido de Margaret Thatcher y otra al otro lado de la provincia con el cierre de Hulleras de Sabero. Con las fuerzas del orden dispuestas a no dejar que nada empañara la imagen del país ante la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, Laciana iba a reinventar la movilización: en 1992 nació la Marcha Negra.

Han pasado 30 años y Villablino ha reducido su población a la mitad en una España que todavía no ha sabido atajar el reto demográfico. Javier Rubio tiene 70 años. El sector minero ya es historia en un país que cerró sus explotaciones carboneras y sus centrales térmicas para renunciar a una fuente autóctona ahora que el precio de la luz no deja de subir. Laciana tiene prejubilados y jubilados mineros (los que no han fallecido o han emigrado). No sólo ha perdido dinamismo económico, sino también vida social y servicios hasta llegar a situaciones como que en momentos puntuales sólo hubiera dos médicos para una población que sobrepasa las 8.000 tarjetas sanitarias. Ahora que la batalla por la sanidad pública es un denominador común en la España rural, Laciana guardaba la fórmula para hacer visible su queja: y en 2022 ha reconvertido la Marcha Negra en Marcha Blanca.

El municipio de Villablino, el que da forma administrativa y política al Valle de Laciana, ha pasado de 16.177 habitantes empadronados en 1992 (sólo superados por los 16.215 de 1993) a 8.226 en 2021, el último dato publicado por el INE (Instituto Nacional de Estadística). Se ha dejado por el camino de tres décadas de reconversión minera la mitad de la población en números redondos. Pero no ha perdido el orgullo reivindicativo, una sensación que hay quien puede resumir en un titular. “En el ADN de la gente de Laciana no está la derrota”, sentencia Javier Rubio, que fue portavoz de la Marcha Negra de 1992 y coordinador de la Marcha Blanca de 2022. Hijo del cofundador de las Comisiones Obreras Benjamín Rubio, mamó el sindicalismo en casa, fue delegado del sindicato en el Comité de Empresa de la MSP (Minero Siderúrgica de Ponferrada) y ahora ha predicado con el ejemplo de una cuenca que no se rinde.

Ser miembro del Comité de Empresa de la MSP a principios de 1992 era como estar en medio de una encrucijada. El sector ya había sufrido reconversiones, pero todavía tenía una masa laboral que lo convertía en una fuerza reivindicativa de primer orden. Hulleras de Sabero había cerrado en 1991 a cambio de indemnizaciones y una promesa de reindustrialización. Las costuras de la Minero ya se habían empezado a levantar. “La empresa había cogido ayudas y las dilapidaba. Y ya estábamos padeciendo dificultades en el cobro de mensualidades”, recuerda Rubio. Tocaba salir a la calle otra vez. Pero ni siquiera fueron capaces de cortar la carretera a la altura del puente Fernández Casado, sobre el embalse de Barrios de Luna. “Nunca habíamos visto tantos antidisturbios”, subraya el sindicalista minero el citar incluso la presencia de helicópteros. Cuando se dispusieron a regresar a Laciana, sus coches estaban rayados.

Desde las primeras huelgas hubo una intención para presentarnos como brutos, borrachos y violentos para que no cundiera el ejemplo, dice el portavoz de la Marcha Negra, que surgió para dar a la movilización una dimensión mediática continua sin la violencia asociada a los cortes de carretera

“Temíamos que en cualquier momento se fuera a producir una desgracia”, señala Rubio para poner en situación de cómo hubo que cambiar el compás de la reivindicación para reducir la tensión. Fue así como la movilización se transformó primero en una manifestación “pacífica y silenciosa” ante el entonces Gobierno Civil en León. “Desde las primeras huelgas hubo una intención para presentarnos como brutos, borrachos y violentos para que no cundiera el ejemplo. Entonces nos ganamos la simpatía de la gente. Y, a partir de ahí, la seguimos cultivando”, recuerda tres décadas después. Lo siguiente fue idear una fórmula que les permitiese una presencia continua en los medios de comunicación sin tener que lamentar una desgracia. De la sede de CCOO en Laciana partió la propuesta de realizar una Marcha Negra hasta Madrid. Con mayoría absoluta en el Comité de la MSP, Comisiones sumó a UGT, USO y la Asociación de Vigilantes. Con 500 kilómetros por delante, otros tantos mineros comenzaron el camino el 8 de marzo, unos días después de que ocho compañeros se encerraran en el Pozo Calderón.

Dos miedos: al tiempo y a la soledad fuera de las cuencas

Con el presupuesto completado ya al paso por Benavente (Zamora), los caminantes tenían “dos miedos”. El primero, el temor al mal tiempo, se 'despejó' hasta la penúltima etapa cuando la misma nieve que condicionó la salida en medios de transporte desde Villablino pintó de blanco el paso de la Marcha Negra por el Alto de los Leones. El segundo, la incertidumbre sobre una hipotética soledad al salir de las cuencas mineras, se conjuró al comprobar la empatía con la que la población de otras latitudes acogió su protesta. “La respuesta de la gente fue increíble. Estaban en la carretera. La llegada a Valladolid fue impresionante”, cuenta Rubio, que se emociona al recordar a aquella señora que se acercó a la comitiva entre Tordesillas y Medina del Campo: “Desenvolvió el pañuelo negro y nos dio lo que llevaba”. Hay gestos que no se olvidan.

La respuesta de las administraciones públicas dejó, sin embargo, algún claroscuro. Al paso por Valladolid, arrancaron el apoyo de la Junta de Castilla y León para garantizar la actividad del Pozo María. La negociación con el Gobierno de la nación se saldó con avances pioneros en lo jurídico como implantar la fórmula de “quiebra con continuidad” para permitir a las empresas en dificultades proseguir su actividad con una rebaja de las deudas. “Fue una victoria. Se logró que la MSP fuera productiva. Y se prolongó la vida del sector otros 25 años”, valora Javier Rubio, quien contrapone ese balance con la “estupidez absoluta” del entonces ministro de Industria, Claudio Aranzadi, por no recibir a los mineros. Hay gestos que, por otros motivos, tampoco se olvidan.

El mismo contexto de los fastos de 1992 (el año del quinto centenario del descubrimiento de América en el que simultáneamente Sevilla fue sede de la Exposición Universal, Barcelona de los Juegos Olímpicos y Madrid Capital Europea de la Cultura) que endureció hasta el extremo la represión de los antidisturbios pudo acelerar la respuesta del Ejecutivo central para evitar que una reivindicación laboral afeara la postal de un país que se mostraba al mundo con una imagen moderna, lo que algunos consideran incluso como el final del proceso de la Transición desde la dictadura franquista hasta la democracia. “Si no hubiera coincidido en ese año, la solución habría sido más difícil”, considera Rubio.

Muchísimas de las huelgas que se hicieron en el sector desde 1962 no fueron por dinero para los mineros, advierte Javier Rubio al apuntar demandas como las pensiones de viudedad o la dotación de un ambulatorio

Tres décadas después, Laciana ya no puede reivindicar el mantenimiento de la producción y el empleo en un sector cerrado a finales de 2018. Ahora toca reclamar médicos y material sanitario. Y curiosamente esta última movilización ahora ya sin minas en activo puede entroncar en cierto modo con aquellas primeras huelgas en los años sesenta con el carbón en el centro de la diana. “Muchísimas de las huelgas que se hicieron en el sector desde 1962 no fueron por dinero para los mineros”, advierte Javier Rubio al apuntar demandas como las pensiones de viudedad o la dotación de un ambulatorio. Aun con “algunas dificultades”, los servicios públicos se fueron adaptando al crecimiento de población hasta entrar luego en una deriva que ha conducido a la precariedad actual, especialmente en el ámbito sanitario. Acostumbrados a tener que saltar las montañas que rodean al valle para hacer visibles sus reivindicaciones, volvieron a salir a la calle. “No conocemos otra forma”, dice Rubio tras constatar cómo la Junta ha accedido a recibir a la plataforma por la sanidad pública de Laciana este próximo lunes 14 de marzo, apenas unos días después de la Marcha Blanca.

La mayor diferencia, el whatsapp y las redes sociales

La movilización ha cambiado de color, del negro del carbón al blanco de la sanidad. Ha ensanchado la representación social al incorporar lógicamente a las mujeres frente a aquella marcha protagonizada por mineros. Se ha beneficiado de avances tecnológicos que han permitido una transmisión instantánea a través de teléfonos móviles con whatsapp y redes sociales (“ha sido la mayor diferencia” puntualiza Rubio) que multiplican la repercusión sin eludir el agradecimiento a la “visibilidad” lograda en 1992 por la cobertura de los medios de comunicación. Y por la propia naturaleza de una marcha con meta en Ponferrada y regreso a cada fin de etapa a Laciana, ha complicado en cierto modo la logística del transporte, precisa el coordinador al recordar cómo hace treinta años cuatro personas iban de avanzadilla para negociar cuestiones como el alojamiento en cada lugar en el que se hacía escala de camino a Madrid.

El alcalde de Villablino presume de que la Marcha Negra marcara un hito en las reivindicaciones laborales. Ahora la Marcha Blanca ha demandado un derecho básico que depende exclusivamente de decisiones políticas

Laciana tiene motivos para estar orgullosa ahora que prepara actos para recordar el sábado 19 de marzo aquella primera Marcha Negra (luego hubo otras dos, en 2010 y 2012) con coloquios, vídeos, descubrimientos de placas y una exposición fotográfica. “Marcó un hito en las reivindicaciones laborales”, presume el actual alcalde de Villablino, Mario Rivas. Aunque entonces era un niño, ya percibía “cómo aquella cuestión afectaba socialmente al municipio”. Y ahora destaca cómo la movilización se ha readaptado para reivindicar “un derecho básico” como la sanidad pública, algo que “depende exclusivamente de decisiones políticas”. “No deberíamos estar así en el siglo XXI”, reprocha sin ocultar que “va muy en consonancia con las deficiencias que arrastra un municipio que ha sido tradicionalmente maltratado”.

Y es que Laciana también tiene motivos para la preocupación. La sangría demográfica no se ha detenido. “La diferencia donde más la notas es en las calles. Ahora están desiertas”, lamenta Javier Rubio al denunciar que “la mayor parte del dinero de la reconversión se la llevaron los empresarios y la Junta”, en este último caso para afrontar con esos fondos extra obras que habría tenido que abordar con partidas ordinarias. “Nosotros estábamos acostumbrados a que se cumpliera lo que negociábamos; y aquí nos han estado engañado miserablemente”, añade para afear que las administraciones se desentendieran de compromisos firmes como los de habilitar un Parador de Turismo, a la vez que ahora subraya que las reclamaciones en materia sanitaria “ni siquiera llegan a lo que el PP de Castilla y León prometió en su programa electoral”.

Sanar la economía de la cuenca minera se antoja más difícil sin que todavía la denominada Transición Justa acabe de arrojar frutos. “Reindustrializar es más complejo”, admite el regidor, quien sí ve más viable “dar músculo” a servicios educativos como la Formación Profesional para servir de cantera al mercado laboral o conjugar el verbo “descentralizar” tanto para recibir servicios como para no perder otros ahora en riesgo como la atención en persona ante el cierre de sucursales bancarias en zonas que sufren la despoblación.

La Marcha Negra fue un ejemplo. “Es un símbolo de lo que es una sociedad en resistencia”, proclama el secretario provincial de CCOO, Xosepe Vega, para quien “la sociedad leonesa necesita recoger el ejemplo de lo que hicieron generaciones anteriores”. “Debería dar el pistoletazo de salida para otra marcha que incluya a todos los colores”, abunda el secretario provincial de UGT, Enrique Reguero, ahora que en León suenan tambores de grandes movilizaciones, una senda ya 'andada' en Laciana desde hace treinta años.

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