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Tres consecuencias de los cinco días de abril

El presidente Pedro Sánchez, el 29 de abril en la Moncloa.

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Es posible que estos cinco días de abril no hayan generado cambios evidentes en lo formal. Pedro Sánchez continúa ocupando La Moncloa, el Gobierno de coalición se mantiene intacto y su exigua mayoría parlamentaria permanece sin alteraciones. Sin embargo, más allá de esta fachada, el amago de dimisión del presidente ha desencadenado un nuevo escenario político en nuestro país. En particular, considero que se derivan al menos tres consecuencias significativas:

Primero. Ya sea de manera deliberada o inesperada, esta crisis ha abierto una ventana de oportunidad para superar el bloqueo político en el que se encontraba el actual Gobierno de coalición. Han transcurrido seis meses desde la investidura de Pedro Sánchez y todavía no tenemos claro qué dirección está tomando esta legislatura. Es evidente que tanto el PSOE como Sumar desearían que esta legislatura fuera una continuación de la anterior, marcada por importantes avances en políticas sociales y la expansión de derechos. Sin embargo, es evidente que en esta ocasión están teniendo dificultades para lograrlo. La necesidad de contar con el apoyo de Junts per Catalunya en la mayoría parlamentaria ha desviado la agenda política hacia el terreno del nacionalismo y la cuestión territorial. Estos son temas tradicionalmente corrosivos para el PSOE, ya que el nacionalismo divide profundamente a la izquierda. El Gobierno de Sánchez esperaba utilizar la ley de amnistía (y la cuestión catalana) como un peaje necesario para reeditar su agenda social. Sin embargo, ya contamos con suficientes indicios como para concluir que esto será más complicado de lo que muchos anticipaban.

Ante la situación de bloqueo en el que se encontraba el Gobierno, urgía impulsar un “punto y aparte”. Y eso es precisamente lo que Sánchez hábilmente planteó a la ciudadanía el pasado lunes. Si la implementación de la agenda social no es factible (debido a las limitaciones de la actual mayoría parlamentaria), y la agenda territorial no es deseable (pues es un lastre electoral para el PSOE), entonces quizás sea necesario explorar una tercera vía: la agenda de la regeneración democrática. Esta opción presenta un doble beneficio: en primer lugar, es algo que gusta al votante socialista; quizás no tanto como las  políticas sociales, pero sin duda  más que el nacionalismo y la política territorial. En segundo lugar, puede cohesionar fácilmente a la mayoría parlamentaria, ya que todos los partidos que la componen tienen un discurso afín a esa línea de actuación. En definitiva, es una agenda de gobierno sumamente atractiva: conecta con las bases socialistas a la vez que afianza la mayoría parlamentaria.

Segundo. Durante estos cinco días de abril, hemos presenciado cómo la política española ha caído en la retórica populista. En efecto, esta crisis ha dado lugar a episodios y declaraciones de exaltación al líder, así como a un discurso marcado por la hostilidad hacia los poderes contramayoritarios. En España, podría estar surgiendo un momento populista. Hay elementos objetivos que contribuyen a que esto ocurra. La extendida sensación de que estamos ante una confabulación de élites políticas, mediáticas y judiciales para acabar con Pedro Sánchez abre la puerta de par en par para que un discurso populista entre con éxito.

Tradicionalmente, el PSOE ha mantenido vínculos con sus votantes a través de la ideología: mediante políticas sociales y la expansión de derechos. Sin embargo, la incapacidad para llevar a cabo una agenda social durante esta legislatura podría llevar a Sánchez a recurrir a estrategias carismáticas y populistas. La adopción de una política basada en una relación directa y sin intermediarios entre el líder y los votantes, así como la categorización de la sociedad en buenos (la izquierda, el pueblo) y malos (derecha, lawfare y fachosfera), pueden empaquetarse como medidas clásicas del populismo contemporáneo. En los próximos meses veremos hasta qué punto el PSOE cederá a esta tentación populista que recorre hoy España.

Y tercero. Los cinco días de abril muestran una vez más la extraordinaria habilidad de Pedro Sánchez para recuperar la iniciativa política cuando todo parece estar en contra. Como destacó María Álvarez en su tuit viral del lunes, Sánchez ha logrado recuperar la posesión de la pelota. Es posible que los cinco días de abril no formen parte de una estrategia a largo plazo, sino simplemente un golpe de efecto para tomar la delantera al adversario. Pero en la política actual, dominar el juego, tener la posesión de la pelota presenta enormes ventajas. Nos encontramos en plena campaña electoral catalana y en la antesala de las elecciones europeas. Después de estos comicios, cerraremos el ciclo electoral y nos adentraremos en una larga travesía sin citas en las urnas. Todavía no disponemos de datos de encuestas fiables para evaluar los efectos de estos cinco días de abril. Pero es plausible esperar que hayan servido para activar a un electorado socialista que se encontraba algo más desmovilizado y para ganar terreno a un entorno Sumar/Podemos en estado crítico. Quizás sea simplemente un golpe de efecto que se diluirá con el tiempo, pero en la convulsa política actual nunca la famosa frase de Keyness había encajado tan bien: “en el largo plazo, todos estaremos muertos”.

En definitiva, Sánchez ha logrado a corto plazo recuperar la iniciativa política, posiblemente activar a sus bases electorales y arrinconar –una vez más– a los competidores a su izquierda. El tiempo revelará si, en el largo plazo, estos cinco días de abril también nos dejarán una política con más tintes populistas o un Gobierno con una agenda de regeneración democrática que dote de sentido a esta legislatura.

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